Resulta llamativo que la llegada de Donald Trump al trono del planeta haya disparado las reediciones y ventas de 1984, la novela con la que George Orwell demostró ser un visionario y una mente preclara que supo entender por adelantado el siglo XX (y quizá lo que llevamos de XXI). Como es sabido, la obra, ¡que se publicó en 1949!, describe una sociedad donde se manipula la información y se practica la vigilancia masiva y la represión política y social. Curiosamente, como cuenta el libro George Orwell: A Life in Letters, dos años antes, en plena II guerra mundial, el británico escribió una carta privada en la que ya anticipaba sus desvelos: «En el mundo que veo venir, en el que dos o tres superpoderes controlarán el planeta, 2+2 será igual a 5 si el fuhrer de turno así lo desea». No es de extrañar, por tanto, el paralelismo que se percibe entre la irrupción como elefante en cacharrería del actual inquilino de la Casa Blanca y los acertados augurios del también autor de Rebelión en la granja, otra novela con mensaje contra los totalitarismos.

En concreto, una de las aportaciones de Orwell susceptible de ser extrapolada a nuestros días pasa por el término neolengua, instrumento que multiplica la capacidad de manipular a la sociedad y anular su espíritu crítico y libertad. ¿Les suena? Casi siete décadas después vivimos aturdidos, por ejemplo, por conceptos como posverdad o populismo, elegidas palabras del año 2016. De la primera dice el escritor Daniel Ruiz García que no es sino una mentira disfrazada de sentimiento, «que apela a los instintos más primarios del individuo». De la segunda, a estas alturas ya hemos aprendido que es un calificativo difuso, por cuanto aglutina a quienes plantean sociedades distintas, si no opuestas, y porque en diferentes dosis es común a todos los partidos políticos.

Además, del otro lado del charco nos llegan expresiones como «hechos alternativos», perfecta a la hora de transformar y retorcer la realidad al antojo de quien manda y de paso insultar a la prensa libre, o «ahogamiento simulado», es decir, algo así como torture usted lo que crea necesario que tiene el visto bueno del presidente. De locos.

Si hay algo específicamente humano es la capacidad para comunicarse, pero como dejó dicho el austriaco Ludwig Wittgenstein, el lenguaje es como una «caja de herramientas», un instrumento utilizable en base a propósitos. Y estos no siempre buenos. Ni en el siglo pasado ni en este ni en los que vendrán. Si es que llegan. H *Periodista