La combinación de naturaleza desatada y pobreza suele tener efectos catastróficos en la población concernida. Nepal está siendo estos días la enésima prueba de estas coordenadas fatales. Situado en el corazón del Himalaya, justo donde confluyen las placas tectónicas de Eurasia y la India, el país asiático sufrió el pasado sábado un terremoto de 7,9 grados que ha causado ya cerca de 4.000 víctimas mortales, un saldo que sin duda aumentará en los próximos días, cuando las lentas y penosas labores de desescombro de edificios derruidos permitan hallar más cuerpos. Según los expertos, se trata de un seísmo previsible que por cálculo de probabilidades quizá debió producirse antes, puesto que el anterior de una magnitud similar se remonta a 1934. Pero también Japón, por ejemplo, sufre periódicamente la furia telúrica y su efecto es allí mucho menor. Es la diferencia entre un país pobre y un país rico; entre un país que posee autoridad política y capacidad financiera para construir edificios resistentes a los seísmos y un país que tiene parecidos estándares arquitectónicos de seguridad pero tolera su flagrante incumplimiento.

AYUDA URGENTE

El marco sociopolítico nepalí es muy peculiar. El exótico país asiático ha vivido grandes convulsiones en las dos últimas décadas, con una larga guerra civil, la actuación de una potente guerrilla maoísta y episodios como un asesinato múltiple en el seno de la familia real. Formalmente, Nepal es hoy una república, pero la redacción de la Constitución está encallada desde el 2008. Esta parálisis y la estela de la corrupción de la etapa monárquica lastran enormemente el desarrollo del país. La situación económica ha empeorado, la pobreza es endémica y dos tercios de la población subsiste con menos de dos euros al día. Este es el escenario en el que Nepal debe afrontar el drama de estos días y empezar a pensar en la costosa reparación de los daños. La ayuda internacional es indispensable y urgente: ahora, para auxiliar a los heridos; y luego, para reconstruir las infraestructuras. La tecnología permite estos días al resto del mundo recibir con gran calidad testimonios gráficos y orales de los efectos del terremoto incluso en la falda del Everest, lo que provoca un cierto efecto de irrealidad. Pero el drama de la castigada población nepalí es muy real y merece la solidaridad internacional.