La profunda crisis que estamos atravesando está dejando en evidencia la estructura profunda de nuestras sociedades, no solo de la española, sino de las europeas en su conjunto, cuyo proyecto de unión comienza a hacer aguas como consecuencia, precisamente, de esas carencias democráticas que a continuación queremos subrayar. Unas carencias que apuntan a una construcción realizada desde el proyecto de una clase dominante para la que la democracia no forma parte de sus prioridades.

Si mantengo que el actual régimen español, fruto de lo que se ha denominado transición, no es nuestro régimen, de una buena parte de la población, lo hago desde argumentos tanto formales como de contenido.

Formalmente, el actual régimen no representa a la mayoría de la población, pues, por una cuestión de edad, no pudimos participar en los referendos de 1976 y 1978, por lo que no debemos sentirnos obligados por un proceso en el que no hemos participado. Para que se pueda hablar de sociedades plenamente democráticas, es preciso que los pactos que las constituyen sean renovados, y actualizados, cada cierto tiempo, lo que no es el caso. Establecer como marco de referencia una Constitución, a la que tienen la osadía de seguir denominando "de todos", que no ha sido refrendada por una inmensa mayoría de la población, habla a las claras de la nula vocación democrática del régimen. Habría que añadir a ello que las condiciones en las que se producen los acuerdos de la transición, no son, en absoluto, de equidad de los participantes. El régimen agonizante acudió a la negociación colocando los tanques sobre la mesa, con amenazas constantes de cuartelazos, lo que condicionó sobremanera el resultado. No es de extrañar la rapidez con la que la izquierda, con una pistola apuntándole a la cabeza y sabedora de la brutalidad del régimen, transigió con una bandera, un himno y una jefatura del Estado que simbolizaban lo que ahora se hace evidente: la profunda relación estructural del nuevo régimen con el anterior.

EN CUANTO al contenido de los acuerdos, los evidentes logros sociales de la Constitución del 78 han resultado papel mojado en la medida en la que se diseñó un proceso electoral que garantizaba el control político y social por parte de las fuerzas sistémicas. Nuestra democracia no es tal, es un procedimiento trucado de votación que predetermina los resultados. En primer lugar, por una ley electoral que castiga a los partidos pequeños de ámbito nacional y privilegia a las minúsculas derechas nacionalistas, prestas a hacerle el juego a los grandes partidos nacionales en sus políticas sistémicas. En segundo lugar, porque los partidos sistémicos son sostenidos por los poderes económicos, dando lugar a un continuado intercambio de favores, como se muestra en el destino de buena parte de los altos cargos de PP y PSOE tras sus mandatos: la empresa privada. González y Aznar sirven de vergonzoso ejemplo paradigmático. De ese modo, la competencia electoral queda desvirtuada, pues los partidos sistémicos acuden dopados económicamente a las citas electorales. En tercer lugar, porque son esos mismos poderes económicos los que controlan los medios de comunicación, moldeando a su antojo la opinión pública. No cabe duda de que quien realmente está pilotando la crisis son los poderes económicos, que están aprovechando la coyuntura para desmantelar los servicios sociales y para degradar el empleo. Es decir, para, con la complacencia de los partidos sistémicos, aplicar su programa político más radical.

No es de extrañar que la transición española sea tan celebrada y adoptada como ejemplo en otras latitudes. Es el modelo de transición más conveniente para la clase dirigente, que sigue siéndolo bajo una apariencia democrática. Que todo parezca cambiar para que nada cambie. La crisis está desnudando a la transición, como está desnudando a nuestro corrupto sistema político y social. Esta falsa democracia, adulterada, corrupta, no es nuestro régimen. No lo reconocemos como tal.

Democracia es un concepto secuestrado por el capital. Queremos democracia desde arriba hasta abajo, desde la jefatura del Estado a las decisiones que afecten a nuestra vida cotidiana, democracia económica, social y comunicacional. Las urnas son el camino, sin duda, pero no pueden ser un camino trucado y mentiroso. Que es el único que nos ofrece este régimen.

Profesor de Filosofía de la Universidad de Zaragoza