Es extraordinario que el joven maliense Mamadou Gassama, el Spiderman de París, haya logrado ser uno de los nuestros de la noche a la mañana. Francés súbito por la gracia del presidente Emmanuel Macron. Lo es porque el ambiente político no favorece a los migrantes sin papeles, tampoco a los refugiados que huyen de guerras. Se repite la conmoción causada por el niño Alan Kurdi, ahogado en el 2015 en una playa turca. Vivimos en una sociedad que se mueve a impulsos emocionales sin pensar en el contexto.

El contexto es que la Francia del liberal Macron impulsa una política de mano dura contra la migración económica -la de los pobres, claro-, un endurecimiento de las condiciones para ser asilado político y el cierre de campamentos. Su nueva ley castiga con penas de cárcel y multas de miles de euros a quienes entren de manera ilegal en el país.

La foto de Macron con Gassama, uno de esos sin papeles, es un compendio de populismo, propaganda y cinismo para blanquear la imagen del líder europeo de moda en un momento en el que su política de recortes solivianta a la calle.

Su gesto transmite la idea de migrantes buenos (héroes) y migrantes malos. No basta con ser honesto y trabajador, se exige excepcionalidad. Y que te graben en vídeo para ser viral. Los políticos se mueven por dos motores: las encuestas y el trending topic. ¿Quién define la heroicidad? ¿Aquellos que no pisan la calle ni han visto ni verán un a pobre en su vida? Héroes son los miles de migrantes y refugiados que se juegan la vida para escapar de las guerras que alimentamos (Francia es el tercer exportador mundial de armas), del hambre y la pobreza. Francia no es ejemplar, no es una oenegé que socorre a sus excolonias como Malí, sino una potencia depredadora que defiende sus intereses (uranio y demás minerales estratégicos).

Contexto es decir que la UE ha firmado pactos, con Turquía y Libia, para la expulsión de migrantes y refugiados. El primero es un país autoritario y el segundo, un nido de bandas armadas. La lectura política es que los acuerdos funcionan, ha descendido en un 60% la llegada de migrantes. Hemos externalizado el problema. Lejos de nuestras fronteras, su sufrimiento deja de existir.

También sería contexto recordar la persecución judicial de personas (Helena Maleno) y organizaciones (Proactiva Open Arms y Proem-Aid) que salvan vidas en el Mediterráneo, una de las fronteras más mortíferas del mundo. En el 2017 superaron los 3.000 muertos, más de 14.000 acumulados desde el 2014. Hungría, un país de la UE dirigido por un Gobierno xenófobo, acaba de aprobar una ley para perseguir a los salvadores de migrantes. ¿No habíamos quedado en que salvar vidas jugándose la propia es heroísmo?

Muchos migrantes proceden de países con una esperanza de vida inferior a los 60 años (57,54 en Malí) frente a los 83 de España, el más longevo de la UE. No solo son 23 años más, es que toda la vida es de mayor calidad, con mayores oportunidades. Huyen de guerras y del terrorismo yihadista, pero también del hambre y de enfermedades olvidadas. Dividirlos entre solicitantes de asilo y migrantes económicos es una falacia.

Se habla a menudo del efecto llamada de las leyes más permisivas (pasó con Zapatero), por eso se juega al endurecimiento legal y la represión. Pero el único efecto llamada es nuestro estilo de vida televisado urbi et orbi. Hablar de nuestra crisis como excusa para el cierre de fronteras resulta casi obsceno en un mundo tan desigual. Casi la mitad del planeta vive con 2,5 o menos dólares al día. Según Unicef, 22.000 mueren cada día a causa del hambre o enfermedades relacionadas con la insalubridad del agua.

En un plano de la película Lamerica, de Gianni Amelio, aparece un bar lleno de albaneses pobres -acaban de salir de la dictadura de Enver Hoxha- siguiendo un programa de la RAI repleto de lujo y de celebritis. El periodista polaco Ryszard Kapuscinski sostenía que la televisión había dado a los pobres conciencia de su pobreza. Antes, rodeados de gente tan pobre como ellos, no sabían que lo eran.

Emigrar no solo es un derecho, es una necesidad para un continente que necesita migrantes para subir las contribuciones y cuadrar las cuentas de las pensiones. El problema es que los queremos elegir: nos gustan los informáticos indios, los obreros especializados y los héroes de cine. Nos da miedo el islam radical, pero somos amigos de Arabia Saudí, exportador de yihadismo.

Una de las enseñanzas del caso de Massama es que todo se reduce a valores y valentía. Que es todo lo que les falta a nuestros dirigentes.

*Periodista y Escritor