Podría parecer que solo los aficionados del Real Zaragoza sufrieron en la noche del sábado la impactante sensación de no lograr lo que su ilusión daba por conseguido. Con La Romareda a rebosar, conjurada para impulsar al equipo hacia el siguiente peldaño que podía suponer el regreso a Primera tras cinco años de batallar en Segunda, se había instalado la sensación de que esta vez sí, el salto era posible. Ya no era una cuestión solo de emociones y sentimientos. Durante muchas jornadas los resultados parpadearon en los marcadores a favor y aunque la razón intentaba calmar el trote acelerado del optimismo, consciente de que cada partido es un mundo, los latidos de un corazón desbocado se abrían paso al sueño largamente anhelado. Esta vez sí, volvía a ser la consigna. Pero no, tampoco. La decepción y el desconsuelo se apoderaron de toda la masa social que, en el estadio o a través de cualquier otro medio, seguían un encuentro que había superado el interés exclusivo de los aficionados. Que el Zaragoza subiera a Primera era una posibilidad por la que se interesaban incluso quienes de forma habitual no siguen los entresijos del fútbol. Y tras la noche, el domingo amaneció por la ciudad con el mismo color plomizo que se había instalado en el ánimo de los seguidores. En el fondo solo es deporte, ya se sabe, ganar o perder, así que sería mucho decir que la tristeza se hizo ambiente, pero los vermús bajaron de quorum y la calle estaba más desangelada. Queda reconstruir la esperanza y volver a disfrutar, o sufrir, lo que toque, pero sin instalarse en el luto.

*Periodista