Pues no. Ni el coqueteo torpe es un ataque sexual ni la seducción es un delito ni las mujeres son víctimas permanentes e indefensas por el hecho de serlo. En estos matices coincido con las cien francesas que han firmado un manifiesto poniendo a caldo a las MeToo, el movimiento norteamericano que ha acabado con las carreras políticas, cinematográficas y empresariales de hombres aparentemente indestructibles. Las francesas denuncian lo que ellas denominan una ola de puritanismo sexual, como si los poderosos que han caído no pudieran pagarse buenos abogados para defenderse. Qué curioso, ninguno lo ha hecho. Y no coincido en nada más, porque el manifiesto es una oda androcéntrica que se vende con la cándida imagen de Catherine Deneuve pero que ha sido inspirada por otra Catherine, la Millet, autora de un libro sobre su vida sexual (Anagrama 2001), un superventas en 20 idiomas. No esperen un fantástico relato erótico, como correspondería a la editora de la revista Art Press. No lo es. Millet utiliza un lenguaje vulgar y banal para describir su cuerpo, permanentemente ocupado porque ella nunca dice no: hasta 30 hombres la han poseído en una hora, por turnos y a pares, ya sea en el cuarto de escobas de su revista o en una furgoneta de limpieza donde dar alivio a media plantilla de basureros. Lógicamente, una mujer cosificada por voluntad propia, cuyas proezas y hazañas sexuales son santo y seña para muchas que pueden decidir dónde, cuándo y con quién, tiene cero empatía con las que su no no vale nada y viven como una indignidad propia la indignidad ajena. H *Periodista