He leído las declaraciones de la portavoz del movimiento Somos más, formado por mujeres víctimas de la violencia machista y por colectivos feministas, repudiando la escultura de Fernando Clavo instalada en la plaza del Pilar de Zaragoza. La intención de la escultura, encargada por el ayuntamiento y elegida entre varias obras por un jurado, era, creo yo, mostrar el dolor de las víctimas del maltrato. Aun respetando la sensibilidad de Somos más (quién va a saber mejor lo que se siente al sufrir esta tortura que ellas) tengo que decir que no estoy de acuerdo con su manifestación. La portavoz decía, entre otras cosas, que no se sienten representadas en esa imagen de dolor y humillación: «Somos guerreras», añadía. Bueno, puede que ahora sí, puede que ella ahora lo sea. Pero el maltrato tiene infinidad de caras: unas mujeres salen, otras siguen en esa situación toda su vida… y otras, por desgracia, y como vemos con demasiada frecuencia, mueren. Pero por lo que pasan todas ellas es por esa fase, la de la humillación y el dolor a escondidas.

Siento ser tan cruda, pero las mujeres que no se manifiestan para repudiar la violencia que sufren son las que están, precisamente, como la escultura: dobladas, escondidas, humilladas. Para ellas tienen que ir nuestros esfuerzos, para ellas debe ser el homenaje público: sabemos que estáis ahí, no os olvidamos. Las guerreras no necesitan una estatua: seguro que les basta con mirarse al espejo cada mañana para sentirse orgullosas de sí mismas. Y con toda la razón. Pero ese es otro tema, creo yo.

*Periodista