Digamos que, un año más (y van…) los indepes catalanes han acudido con puntualidad a su cita septembrina y que, un año más, han sido muchos los que se han echado a la calle. También un año más los que dirigen el cotarro, jaleados por los suyos y con cientos de micrófonos atentos a sus palabras, han desplegado urbi et orbi su conocido relato de ficción sobre la Cataluña oprimida y la España invasora que, no conforme con invadirla una y otra vez, roba además a los pobres e industriosos catalanes para que los haraganes andaluces y extremeños (entre otros) se den al dolce far niente a costa de sus sudores. Vistas las cosas así, la conclusión es nítida: a los buenos catalanes (los otros son malos catalanes, aunque sean más) no les queda más remedio que proclamar la independencia, hartos ya de invasores y de ladrones.

Este año la fiesta incluyó dos novedades: la asistencia de fascistas europeos y la ausencia de los presos políticos y los exiliados, esos santos varones y santas muje-res que padecen persecución de la justicia (española, no faltaba más) a causa de sus ideales, mártires que penan en las prisiones o se mustian lejos de su amada patria sin otra culpa que haberse enfrentado pacíficamente al yugo extranjero. Todo ello, ya digo, con abundantísima cobertura mediática, nacional y extranjera, que se suma a lo que siguen reiterando la televisión y la radio pública catalana. En mi opinión, mientras se mantenga este libelo público todo seguirá igual… o parecido.

Cobertura algo menor, pero también abundante, para los nacionalistas que se esfuerzan (algo loable) en señalar lo evidente: que a los encarcelados y huidos se les acusa de la comisión de varios delitos tipificados en el Código Penal, por lo que no son presos políticos sino presuntos delincuentes en prisión provisional, ni son exiliados sino fugitivos de la Justicia. También se esfuerzan los otros (algo mucho menos loable) en sacudirse entre sí y en acusar a los demás de esta calamidad. O sea, lo de todos los años con escasas variaciones. Será por eso que yo prefiero seguir rindiendo un modesto homenaje en este día a Salvador Allende.

Dicen mis amigos periodistas que el interés de una noticia es directamente proporcional a su excepcionalidad (lo del niño que muerde al perro), de manera que no sé a qué viene tan desmesurado interés de los medios de comunicación por un acontecimiento que se repite, año tras año, con puntualidad. Y, sobre todo, no entiendo que ese despliegue mediático deje en la sombra otros aspectos del procés, preguntas nunca aclaradas y muy bien escondidas tras el griterío de los manifestantes y la verborrea de los políticos. Con su permiso, y de forma inocente, señalaré algunas.

¿Qué relación existe, si es que existe alguna, entre el giro de CiU, desde el autonomismo moderado al independentismo radical, y las investigaciones de la Justicia sobre los casos de corrupción en el partido de Jordi Pujol (y de Artur Mas, y de Puigdemont, y de Quim Torra…)? Por lo menos resulta evidente, y sospechosa, la coincidencia en el tiempo de un asunto y otro. La denuncia de Pasqual Maragall en el Parlament («Ustedes tienen un problema, y ese problema se llama tres por ciento») se produjo en 2005 y es precisamente a partir de esa fecha cuando comienzan las investigaciones judiciales. Simultáneamente aparecen las primeras manifestaciones multitudinarias claramente independentistas, primero a cargo de las organizaciones sociales bien regadas con dinero de la Generalitat y, luego, progresivamente secundadas por los partidos nacionalistas catalanes hasta llegar a lo de ahora. Amigos periodistas, ¿no podríais profundizar un poco más en este punto?

¿Qué papel ha jugado, o sigue jugando, en el procés el patriarca Jordi Pujol? En apariencia se trata de un apacible jubilado y, por lo menos en público, no recuerdo haberle oído una palabra acerca de la independencia de Cataluña, pero se hace muy difícil creer esa bucólica imagen del hombre que reinó como un monarca absoluto desde la transición y sigue manteniendo una autoridad indiscutible (e indiscutida) sobre los dirigentes de su partido y, me atrevo a decir, sobre el nacionalismo catalán de cualquier tendencia. La proverbial astucia del expresident le ha permitido mantener ese perfil bajísimo, que solo rompió cuando se descubrieron sus cuentas en Suiza y salieron a la luz las lucrativas actividades de su familia (¿verdad que casi dan ganas de escribir famiglia?). La Madre Abadesa, el prior, los párrocos, los misales que van y vienen… Habría que ser muy ingenuo para no sospechar que toda esa clerigalla aún maneja muchos hilos de la política en Cataluña.

¿Qué fue de Miquel Roca, uno de los responsables de mi voto a favor del Título Octavo de la Constitución? Hagan memoria. Sí, ese abogado que fue padre de la Constitución y ha ejercido como defensor de la infanta Cristina, era no hace tanto el delfín al que todos reconocían como sucesor del monarca Pujol cuando este abdicara. Pero no ocurrió tal cosa. Un gris y prácticamente desconocido Artur Mas fue ungido por el patriarca mientras Roca hacía un discreto mutis por el foro. ¿Se imaginan los acontecimientos de los últimos años con el nada independentista Roca al frente de su partido, en lugar del maleable y maniobrero Mas? ¿Fue eso precisamente lo que rondaba por la cabeza de Pujol al tomar aquella decisión?

¿Cómo es posible que, con todos los indicios de corrupción que se ciernen sobre el clan Pujol desde hace muchos años, el padre, la madre (abadesa) y sus numerosos retoños sigan campando en libertad y apenas se sepa nada sobre la marcha de la investigación? El recuerdo del caso Banca Catalana vuelve a la memoria. Y todo lo que se dijo sobre las causas de la impunidad con la que el gobierno español blindó al entonces molt honorable (tengo mis dudas de que lo siga siendo). ¿Pueden ser las mismas que mantienen empantanado el actual procedimiento judicial?

Podríamos preguntarnos también qué pito tocan en todo esto los poderes del dinero en Cataluña, esos financieros y empresarios que han medrado durante décadas al amparo del nacionalismo presuntamente corrupto. Y muchas cosas más… pero me temo que las diadas, los prófugos y los encarcelados no nos dejan ver el bosque.

¿Ley y dialogo? De acuerdo, pero pensar que con concesiones se conseguirá algo de los independentistas es todavía más idiota que pretender una independencia con la mitad de los catalanes en contra. <b>*ATTAC Aragón</b>