Será por la genética algo escéptica de la tierra o porque a base de golpes en estos interminables años en Segunda el callo de la desconfianza se ha endurecido. O quizá simplemente por una razón más mundana, que los resultados del equipo eran realmente malos. La cuestión es que el pesimismo en torno al Real Zaragoza 2017-2018 se había universalizado. Hasta hace poco tiempo se daba el año por perdido, entendiendo que el objetivo de pelear por el ascenso se había esfumado muy temprano otra campaña más y que, incluso, se estaba poniendo en riesgo la continuidad en la categoría.

En medio de una ola de desmoralización generalizada, también de puertas hacia dentro de la Sociedad Anónima, donde quedaban pocos creyentes, Natxo González se mantuvo impertérrito sobre sus predicciones, llenas de un optimismo sorprendente, toda vez que su futuro pendía de un finísimo hilo. En ese tiempo, hace pocas semanas, con el Zaragoza tiritando por la cercanía del descenso, el técnico pronunció su «dejadme creer» o el «aún nos engancharemos a los puestos de privilegio, así lo siento, estoy convencidísimo» que espetó en este diario.

Al entrenador se le miró raro. Hoy, con el playoff todavía lejos, a siete puntos, el gran inicio de segunda vuelta ha abierto al Zaragoza la posibilidad de pelear por un nuevo horizonte si el equipo mantiene el actual caudal ofensivo y, clave, reduce las concesiones en defensa, aún excesivas. Y, quién sabe, quizá Natxo deje de ser Natxo para empezar a ser Nostranatxus.