Cuando se aprobó, en el 2014, la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE) fue percibida por la oposición progresista como «una ley ideológica y pedagógicamente nefasta». Era la séptima que se aprobaba en democracia y venía a certificar un cambio de rumbo conservador con el que el PP pretendía imprimir a la educación su propio acento, arcaico en las formas, alejado de las nuevas pedagogías y altamente beligerante en asuntos como la religión.

Es natural, pues, que con el Partido Socialista en la Moncloa uno de los primeros puntos a abordar por los socialistas sea el de la reforma legislativa, bien con modificaciones sustanciales de la ley Wert o con la propuesta en el futuro de una nueva ley orgánica.

Entre las primeras medidas anunciadas por la ministra de Educación, Isabel Celaá, destacan la consideración de la Religión como asignatura computable y a favor de la obligatoriedad de una materia común para todos los alumnos basada en «valores cívicos y éticos». Además, se acabarán los itinerarios educativos que segregaban a los alumnos desde los 13 años y se potenciará la revisión del modelo de becas para equipararlo a la media europea. Todo ello, con la idea expresada por Isabel Celáa de que «la equidad es nuestra mayor fortaleza».

Tras el verano negro del año pasado por las huelgas del personal de seguridad y el colapso de Vueling, los nubarrones amenazan de nuevo a los aeropuertos en los meses de máxima afluencia de pasajeros. Una instalación aeroportuaria es una infraestructura compleja en la que operan diversos actores y, por lo tanto, no es fácil determinar los responsables de las múltiples incidencias que con orígenes distintos siempre tienen las mismas víctimas, los usuarios. Las compañías tienden a cargar las tintas contra Aena, que a su vez alega problemas recurrentes en el tráfico aéreo del sur de Europa. A estas tensiones entre los operadores aéreos hay que sumar las propias de los servicios de tierra que atienden anualmente a millones de personas, como una gran ciudad. Afortunadamente ayer, uno de estos nubarrones, el de una posible huelga del personal de handling, quedó desactivado. Una reflexión aparte merece el modelo de negocio de Vueling, basado en que los aviones no estén nunca parados para poder ofrecer unos precios competitivos. Es cierto que les ha permitido ganarse una posición en el mercado low cost basado en otros casos en la reducción de espacios y servicios al pasajero. Pero el tiempo está demostrando que el modelo no es sostenible. Cualquier leve incidencia en cualquier aeropuerto europeo, especialmente en el de Barcelona, donde tiene la sede operativa, puede provocar retrasos por un efecto dominó.