No están, casi no se les siente. Pero cuando aparecen, tiembla el misterio. Lo acaba de demostrar el ex presidente del Gobierno Felipe González, cuya carta «a los catalanes» ha marcado la agenda política de la comunidad vecina y, en consecuencia, la del país entero. No ha trascendido qué cara se le puso a Mariano Rajoy al leer el texto, pero, como poco, tiene que resultar incómodo que uno de tus predecesores goce de semejante capacidad de influencia, con tan solo firmar un artículo de opinión, pronunciar una conferencia o soltar un canutazo de vez en cuando. Y no porque la carta solucione problema alguno, sino porque, cuando ocurren episodios así, se pone en evidencia el papel del vigente jefe del Ejecutivo. A Rajoy le pasa también con José María Aznar, con la desgracia añadida de que muchos le consideran aún el líder de facto del PP. Es archiconocida la metáfora del propio González, que compara a quienes han pasado por la Moncloa con jarrones chinos, por aquello de que se trata de objetos valiosos que nadie sabe dónde colocar. En nuestras comunidades autónomas, ya se sabe, se les manda al Senado. Pero en otros países, con sistemas más presidencialistas, a sus ex se les venera. Aquí en España, se les teme o se les añora. Y no se sabe qué es peor.

P.D.: Puede que les resulte obsceno que esta columna no haya versado sobre la vergonzante tragedia de la inmigración. Pero no hay palabras. Seguramente porque, empezando por el arriba firmante, es el momento de actuar antes ya que de escribir. H