El acento fuertemente londinense del asesino del periodista James Foley el pasado agosto desveló una realidad que preferíamos que no fuera verdad. En las últimas semanas han abundado los testimonios acerca de jóvenes europeos integrados en el mundo de violencia del Estado Islámico (EI). Unos han nacido en el seno de familias musulmanas inmigrantes, otros son autóctonos. Francia es el país del que procede el mayor número de extranjeros afiliados al EI, pero también los hay originarios de Escandinavia, de Irlanda o españoles como el que publicaba ayer EL PERIÓDICO. El joven culpa de su radicalización a la discriminación que él considera sufren los musulmanes, mientras que presenta la vida en el EI como una existencia sin problemas. Sus palabras reflejan la necesidad de encontrar respuestas simples a situaciones complejas. Varios países han anunciado medidas policiales para frenar el fenómeno, pero este persistirá mientras siga habiendo estados dispuestos a financiar el yihadismo radical y el resto, a cerrar los ojos no sea que nos quedemos sin petróleo o sin magnos acontecimientos deportivos.