Entre otras muchas cosas, la crisis ha dado protagonismo a una cuestión que estaba presente en el panorama europeo desde hacía decenios: la crisis de los partidos como instrumento de participación política. Fue el lejano mayo del 68 la geografía en la que comenzó a evidenciarse, en el ámbito de la izquierda real, la inadecuación de las maquinarias políticas tradicionales para dar cauce a las nuevas reivindicaciones sociales. El ecologismo, el pacifismo, el feminismo eran reivindicaciones que desbordaban a unos partidos de izquierda obsesivamente centrados en la cuestión obrera. Comienza así la época de los movimientos sociales, cuya relación con los partidos siempre ha sido complicada.

Como digo, la crisis ha puesto nuevamente en el centro de la escena esta cuestión. Los movimientos políticos de contestación, cuya máxima expresión es, en nuestro país, el 15-M, han hecho bandera de nuevas formas de hacer política en las que la horizontalidad y la participación son señas básicas de identidad. De ese modo, se ha producido una politización de una parte de la sociedad al margen de, y a veces, frente a, los partidos políticos. Ello ha corrido paralelo a la voluntad de construir un proceso de convergencia política entre los sectores sociales y personas que cuestionan un modelo social corrupto e injusto.

En la actualidad asistimos, dentro de esos sectores que pudiéramos calificar como antagonistas, a un larvado conflicto entre los actores políticos clásicos, los partidos, y los de nueva generación, conflicto agudizado por el hecho de que en los actores de nueva generación participan un buen número de activistas de los actores clásicos. Y la profunda desconfianza, sin matices, a la forma partido, hace que se mire con resquemor toda presencia o iniciativa partidaria.

He escrito en numerosas ocasiones que, a esta altura de la película, para mí lo de menos son las siglas, lo de más, la política. Pienso que entre muchos y muchas hemos de crear una nueva herramienta, diferente a los partidos tradicionales, que nos permita una acción política radicalmente democrática. Pero esa es una ardua tarea, hay muchísimos problemas que resolver, como combinar la participación con la agilidad, el establecimiento de tareas y responsabilidades, la coordinación con actores políticos alejados geográficamente, la coherencia programática entre núcleos políticos en principio desarticulados, por solo citar algunos. No creo que haya nadie tan ingenuo como para pensar que estamos ante una tarea fácil.

Y al no ser fácil, no se puede pretender resolverla de un plumazo. No basta con cerrar los ojos a la realidad y pretender dejar fuera del proceso a los actores con mayor capacidad de organización e iniciativa. Se trata de ir trabajando con ellos, y con todos los agentes políticos, para generar algo nuevo. Creo sinceramente que en los tres años que llevamos de legislatura las cosas han cambiado radicalmente, también en el seno de los partidos de la izquierda real. Si hace tres años celebrábamos como un logro haber conseguido que las direcciones de IU y CHA se reunieran para configurar una candidatura conjunta, ahora nadie trabaja para un escenario en el que sean las cúpulas partidarias las que tomen las decisiones. Y eso es algo que los partidos también van asumiendo.

Estamos en una tarea para la que no debiera sobrar nadie de quienes pensamos que vivimos una situación insoportable. Constatar la miseria social que los defensores del sistema han creado, debiera darnos argumentos suficientes para no preguntarnos de dónde venimos, sino hacia dónde queremos ir. Paso a paso, afrontando los retos cotidianos, experimentando fórmulas y procesos. Pero siempre con la voluntad de avanzar colectivamente, no de ir dejando gente en la cuneta. Y para ello hacen falta buenas dosis de paciencia, generosidad y prudencia. Las municipales y autonómicas están a la vuelta de la esquina. ¿Seremos capaces de generar una amplísima plataforma política que evite la dispersión del voto? Se están dando pasos en la buena dirección. Ojalá seamos capaces de consolidarlos.

Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza