¡Casa! gritan los niños que juegan y se saben a salvo. Casa… suspiran los cansados al llegar del trabajo. Casa… añoran los que están fuera. El escenario del crimen… dirían, si aún les quedara aliento, las diez mujeres asesinadas a manos de sus parejas o exparejas este año. Podemos volver a reclamar el derecho a sentirse segura en el propio hogar. Podemos volver a denunciar la raíz cultural de los crímenes machistas, revolvernos contra la sociedad patriarcal que busca coartadas románticas a lo que solo es una lucha por el dominio. Podemos volver a gritar a los hombres que se impliquen contra la violencia machista, que renuncien a los privilegios de la discriminación. Pero cuando ya está todo dicho, cuando las palabras ya parecen viejas de tan gastadas, ¿y si hablamos de números?

Hoy, en el 2017, aún estamos lejos del presupuesto destinado a combatir la violencia machista en el 2010. El 20% menos.

En esos recortes se fueron hogares para acoger a las víctimas, recursos para protegerlas. Pero no solo se trata de luchar contra la punta del iceberg. ¿Qué presupuesto está destinado a educar en la igualdad? A la sociedad en general y a los niños en particular. Trabajar en una idea distinta de masculinidad, liberada de la agresividad y la dominación, y de femineidad, superando el estigma de sumisión.

Para todos, un futuro sin los lastres y las constricciones de género actuales. ¿Podemos repasar las cuentas sin sonrojarnos?

*Escritora