Día Internacional de la Felicidad, 20 de marzo. Mami-Naciones Unidas así lo dictaminó hace un lustro. Pero el objetivo está lejos de alcanzarse. «Aplicar al crecimiento económico un enfoque más inclusivo, promover el desarrollo sostenible, erradicar la pobreza, garantizar la felicidad y el bienestar de todos los pueblos», como lema no está mal, pues si no están cubiertos los mínimos, es difícil ser feliz. No obstante, en un mundo en el que 1/3 de la población padece una enfermedad psiquiátrica, y los otros 2/3 restantes nunca van a ser felices, la cosa pinta fea. Tienen razón los expertos al asegurar que la felicidad no consiste en tener sino en ser, en sentir cada instante que no deben sustentarse en las cosas o en el dinero. Pero, en una coyuntura económica como la actual, en la que las condiciones de vida de una parte creciente de la sociedad empeoran (desempleo, pérdida de poder adquisitivo, precariedad laboral, desigualdad…), este presupuesto es insultante. Si no, que se lo digan a los UE-ciudadanos, cada vez más escépticos, más desapegados del proyecto europeo (más del 54% siente que su opinión no cuenta), y todo por la incapacidad de la Unión de responder a las inseguridades propias de la globalización (crisis económica, migratoria, conflictos, expansión de la ideología y el terrorismo islámico…). Ya saben, queridos tecnócratas europeos, a la tarea. Hagan felices a sus súbditos, corrijan el sistema económico tecnocrático, devuelvan el poder a los ciudadanos, y con él la felicidad. El futuro de la UE depende de ello.

*Periodista y profesora de universidad