El acceso a una educación efectiva es un derecho humano básico, reconocido como tal por las Naciones Unidas y, así mismo, recogido en nuestra Constitución. Sin embargo, no todos los niños parten en igualdad de condiciones para culminar esa carrera cuya meta es transformarse en adultos plenamente responsables y capacitados. Para paliar esas diferencias, existen en la actualidad muchas ayudas en favor de aquellos alumnos que encuentran dificultades en el aprendizaje a pesar de que se no les pueda atribuir falta de interés.

La ONCE presta una ayuda inconmensurable para quienes la deficiencia visual constituye la raíz del escollo, hasta el punto de lograr su plena integración en el sistema escolar y en la comunidad educativa. Tal colaboración llega incluso mucho más allá del orbe académico, extendiéndose al tiempo de ocio y a otras prácticas, como las deportivas, aparentemente vedadas para quienes padecen fuertes limitaciones de la visión. También se ha avanzado mucho en el campo de la dislexia, alteración del lenguaje y de la escritura que afecta a un elevadísimo porcentaje de niños, en muchas ocasiones injustamente considerados como vagos o torpes. Este «mal silencioso» no siempre se detecta ni mucho menos se trata adecuadamente; ni siquiera se ha llegado a comprenderlo bien, pero hoy se ha desarrollado una sensibilidad suficiente para enfocar el tema de una forma oportuna y acorde con la realidad; ni más ni menos que lo acontecido con otros obstáculos parejos, como el de la hiperactividad, muy mal entendido en el pasado y notable causa de fracaso escolar.

Todo ello no implica que se haya conseguido un nivel satisfactorio de resultados, objetivo siempre difícil de alcanzar, pero sí se han logrado avances que mueven a un moderado optimismo.

*Escritora