Turquía salió con violencia de un 2016 plagado de atentados terrorista y entró en un 2017 con la misma ferocidad asesina. El sangriento atentado contra los ciudadanos que festejaban la entrada de año en la discoteca Reina en Estambul, a orillas del Bósforo, es la última manifestación de una escalada de ataques que han ido en aumento desde agosto del pasado año cuando el Gobierno del presidente Erdogan cambió de postura y decidió lanzar operaciones militares por tierra y aire en el norte de Siria para desalojar a las fuerzas yihadistas del Estado Islámico (EI). Hasta entonces y desde el inicio de la guerra, Ankara se había manifestado partidaria de combatir al régimen de Asad permitiendo el paso por su frontera de combatientes de aquella organización terrorista.

El EI ha reivindicado el atentado. De ser cierta la autoría, confirma que Turquía es un objetivo del yihadismo que combate en Siria. Hace un mes un jefe del EI hizo un llamamiento para poner en el punto de mira a aquel país y a su Gobierno al que calificaba de apóstata. El atentado contra una discoteca en donde se celebraba una fiesta del calendario cristiano responde entre otras cosas al rigorismo religioso de un grupo fanatizado (al igual que el atentado contra la sala de fiestas Bataclan de París en noviembre del 2015). A ello hay que sumar el papel relevante de Turquía en la firma del acuerdo de alto el fuego en Siria promovido por Rusia del que quedaban excluidas las organizaciones yihadistas como el EI, así como las fuerzas kurdas demostrando así la complicada agenda de seguridad de Ankara.

Muchos de los atentados que Turquía ha padecido en el 2016 han sido obra de estas milicias kurdas que combaten en Siria, fuerzas que han demostrado una gran eficacia para derrotar sobre el terreno a las yihadistas. Sin embargo, Erdogan teme que estas milicias altamente capacitadas puedan alcanzar la zona autónoma kurda de Irak y crear así una unión que Ankara no está dispuesta a permitir bajo ningún concepto. La reciente oleada de atentados de uno y otro signo indica además la existencia de serios problemas de seguridad.

Las purgas contra el Ejército y otras fuerzas de seguridad decretadas por Erdogan tras el fallido golpe de Estado están pasando factura como demuestra la facilidad con la que fue asesinado el pasado día 19 el embajador ruso en Ankara.