Llevamos mala racha, un eslabonamiento de hechos violentos están ocurriendo en nuestro país en las últimas semanas y, en nuestra comunidad, han coincidido un número poco habitual de estos sucesos, por lo que desde aquí mi respeto a las víctimas y familiares que los han sufrido. En todos estos casos hay algo común y es que han sido voluntarios y no fortuitos, planificados con un determinado fin: acabar con la vida de otros seres o de la propia vida, pero hay algo que no se escapa al razonamiento y es como se está configurando nuestra sociedad, como funcionan los núcleos familiares, la relación entre padres e hijos, lo que aporta la formación en las aulas, todo este conglomerado no funciona solo, ni siquiera las plantas que son unos seres pasivos lo pueden hacer, pues imagínense a una persona desde que abre los ojos al nacer que solo reciba el condimento que cubre las necesidades más perentorias, pues puede ser objeto de influencias, de desgaste, de desafectos, de soledad, todo esto puede contribuir a hacer personas desgraciadas. La vorágine del día a día, la exigencia paranoica del trabajo y que a los propios ciudadanos no les queda otra que someterse, hace que muchos niños y jóvenes tengan que encontrar recursos emocionales en estadios nada aconsejables. El dedicar algo más de tiempo a los hijos, el convivir, el mantener una información constante de sus quehaceres, el dialogar, se está convirtiendo en algo ajeno a la lógica responsabilidad y esto trae consecuencias muy graves. La solución no pasa por modificar la ley del menor sino por favorecer la convivencia familiar a través de campañas de conciliación desde el ámbito laboral e institucional.