En ocasiones es tan recurrente como tentador acudir a El guardián entre el centeno, por mucho que sea una leyenda recomendable para leer 30 veces antes de los 20 y ninguna después de los 30 (Iñako Díaz-Guerra dixit). Comenta el inadaptado Holden Caulfield que los libros que le gustan de verdad son esos que cuando acabas de leerlos piensas que ojalá el autor fuera amigo para poder llamarle cuando quisieras. Y eso es precisamente lo que a uno le ocurre con El paisaje y las hormigas, el memorable trabajo editado por Prensas de la Universidad de Zaragoza del doctor en Historia Juan Postigo Vidal. Se trata un minucioso retrato de la Zaragoza más transgresora (sexualidad, violencia, desorden social...) de los siglos XVII y XVIII, la segunda entrega que llega a las librerías derivada de la tesis sobre la vida cotidiana de la Zaragoza barroca (sobresaliente cum laude) que Postigo Vidal presentó en el 2004 bajo la dirección de Eliseo Serrano («No hay quien pare a un profesor cuando se empeña en una cosa. Lo hacen por encima de todo», dice casualmente el guardián).

Libro en mano, hay dos reflexiones rápidas que vienen a la mente. Primero que tras esta Zaragoza de hoy, que ni va ni viene ni todo lo contrario, cuasi paralizada por la escasa talla política de la mayoría de sus representantes públicos de todos los colores, cortoplacistas y arrogantes cuando no soeces (inolvidable el «os jodéis», del concejal Cubero), se puede llegar a descubrir una ciudad insospechada y «gansteril», donde la ley y la religión estaban demasiado aliadas. ¿El pasado es prólogo?

La otra conclusión pasa por la asociación de ideas que produce la irrupción de figuras como la de Juan o la de su hermano Raúl, profesor de Geografía y Planificación Territorial en la Escuela Universitaria de Turismo y también con una tesis que mereció la máxima calificación, ambos pruebas vivientes del triunfo sin ambages de la universidad pública, justo cuando el poder político ha querido construirse sin rubor y a medida un chiringuito académico con el dinero de todos nosotros.

Sin duda que la protagonista de la dedicatoria de El paisaje y las hormigas (A mi madre, María Antonia Vidal Santacruz), estaría muy orgullosa del ejemplo que representan sus hijos más que nunca. Vaya por ella, pues, una última cita de la obra de J. D. Salinger: «No sé por qué hay que dejar de querer a una persona solo porque se ha muerto. Sobre todo si era cien veces mejor que los que siguen viviendo». H *Periodista