El asco, según la psicología, es el guardián que impide identificarnos con otro individuo cuando sus actos sobrepasan nuestros límites humanos. Pues bien, me pregunto de qué pasta están hechos los catalanes que recibieron a Otegi en la Diada como a un ídolo de masas. Fue la estrella invitada de los independentistas, que le aclamaron con vítores y se pelearon por un selfie, después de arengarles en TV3 y advertirles de que deben estar preparados porque el «Estado pondrá la violencia encima de la mesa». ¡Si sabrá él lo que es utilizar la violencia como estrategia! Días después del asesinato de Ernest Lluch, el entonces vicepresidente de la Generalitat, Carod Rovira, fue a Eibar a pedir a la cúpula de ETA que no atentara más en Cataluña, en el resto de España podía matar a placer. A cambio, ERC daría cobertura política a la izquierda abertzale y justificaría la actividad de ETA. Era enero de 2001, y el balance terrorista en Cataluña ascendía ya a 53 muertos y 223 heridos. Poca contraprestación debió parecerle a la banda porque dos meses después asesinó a un mosso e hirió gravemente a un guardia urbano en Rosas. Tuvo que negociar Otegi para que Cataluña quedara libre de la acción terrorista. Visto así, como perdonavidas de catalanes, hasta se entiende que, nada más salir de la cárcel, el recadista de ETA recibiera todos los honores del Parlament, la Generalitat y el ayuntamiento de Colau. Digo asco y me quedo corta, porque el día de Cataluña es también el día de los 54 muertos, los 224 heridos y sus familias. Y Otegi no movió un dedo por ellos.

*Periodista