Las dilatadas listas de espera constituyen una exasperante lacra del sistema de salud pública, sea en tanto se refieren a la atención por parte de los médicos especialistas o, peor aún, entrañen retraso en las intervenciones quirúrgicas. En la atención primaria, los facultativos no cuentan con demasiado tiempo para atender de manera oportuna y convincente a los enfermos; sin embargo, es durante esta etapa cuando se establece la gravedad y premura para el tratamiento de cada dolencia y solo en casos de manifiesto apremio se deriva al paciente hacia urgencias, también, por desgracia, saturadas. Por lo demás, el habitual calificativo de preferente no lleva implícito la desaparición de una importante demora entre la visita inicial y la subsiguiente intervención del especialista. Todo es susceptible de empeorar; dado que la enfermedad nada quiere entender de calendarios, festividades, puentes y periodos vacacionales, más vale ponerse enfermo de lunes a jueves y por la mañana, a ser posible. Escuchamos decir con frecuencia que la justicia dilatada deja de ser justicia; pues bien, las demoras en la medicina provocan un efecto inmediato de empeoramiento, cuyas secuelas son en demasiadas ocasiones irremediables, por citarlo con la mayor moderación. Estamos, sin duda, ante un área muy sensible, tanto por su trascendencia como porque puede afectar, tarde o temprano, a la práctica totalidad de la población. Ello exige medidas inmediatas y efectivas a un problema que se arrastra de antiguo y continúa sin visos de próxima solución, a pesar de que seguimos gozando de un sistema público de salud tan envidiable como justamente envidiado, en el que por encima de los abundantes recursos técnicos brillan sobre todo la dedicación y calidad humana de sus profesionales.

*Escritora