Siento verdadera admiración por Camus, Albert Camus, el hijo de una madre analfabeta y casi totalmente sorda y de un trabajador del campo que llegó a merecer y ganar el nobel de literatura --no es casual que distinga entre ambos verbos para referirme al citado premio pues no siempre coincido con la elección de los galardonados, en una de las ediciones de los últimos años, sin ir más lejos, el de la paz me resultó, cuando menos paradójico--.

Mi respeto y consideración por él son fáciles de justificar. Más allá de sus logros como escritor y pensador, que son muchos y todos magníficos, me impresiona esa coherencia suya que acompañó siempre a sus obras y sus actos. Esa sobriedad intelectual aderezada con una sonrisa algo pícara a veces y enigmática siempre fue capaz de ayudarnos a entrever y descubrir mucho de la naturaleza o condición humana --según se mire y según quién hable--. Lector apasionado de Nietzsche desde el instituto, le queda de él un rayo permanente de verdad en todo cuanto dice, aunque, a diferencia del maestro, conoció y practicó el amor cosa bien apreciable en su mirada menos nihilista de lo que le han reprochado y mucho más vital que la de algunos optimistas censados.

Este rebelde ético dejó escrito en su diario cuáles eran sus palabras favoritas, ahí van: "mundo, dolor, tierra, madre, gente, desierto, honor, verano, mar". Todas me gustan, diría más, me llenan todas. Agradezco que de la lista evitara algunas de las consabidas y que me reportarían hoy ecos de poema fácil. Silenciosa como su hache, la palabra "honor" me interroga. ¿Quién utiliza hoy esa palabra? Nadie, o casi creo. ¿Acaso desapareció el concepto? ¿O fue la sensatez de usarla la desvanecida? En tiempos algo pretéritos se identificaba honor con la honestidad de las mujeres, aunque también sé que aún ahora en ciertas conciencias y costumbres ambas haches --la de honor y honestidad-- siguen yendo juntas. Me resulta complicado saber qué se entiende hoy por honor, lo consulto en el diccionario de la Real Academia y descubro con agrado dos cosas. Que la primera acepción de la palabra se refiere a la "cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo", esto es, algo parecido a la coherencia de mi admirado Camus, y, segundo, que el tercer significado del término (menudo lío de ordinales) hace alusión a la "honestidad y recato en las mujeres, y buena opinión que se granjean con estas virtudes". No me sorprendo pero tal vez debiera, pues o el diccionario o yo nos hemos quedado antiguos, no como Albert, para eso es un clásico.

Nada tiene de casual que ese francés argelino decidiera comenzar uno de sus libros con algunos versos de Hölderlin donde reconoce haber "consagrado su corazón a la tierra grave y doliente", éste como Nietzsche, otro "exiliado de la realidad y desesperado del espíritu" enseñaron a Camus con el raro ejemplo de sus vidas a no huir de la realidad y a que los poetas siempre son necesarios, incluso imprescindibles en estos tiempos de indigencia.

Sí, esa palabra añadiría yo a la lista de Camus, poeta, curiosos seres que tanto "mienten" y tanta verdad nos enseñan a ver con sus mentiras.

Profesora de Derecho.

Universidad de Zaragoza