Las palabras, de tanto usarlas, de tanto enfrentarlas entre ellas, han ido erosionándose. Han perdido color, textura, matiz, hasta disolverse; se han vuelto transparentes, invisibles. Tantas palabras en discursos, en púlpitos, en las redes sociales, en entrevistas, en parlamentos. Tantas palabras desperdiciadas para nada. Las palabras han quedado inservibles, nadie las reconoce y ya no sirven para entenderse. En las Cortes de Aragón la compañía LaMov, con Víctor Jiménez al frente, representa ante la cámara de Gaizka Urresti, la pugna entre dos políticos, entretejidos por una bailarina que representa la palabra. Es un tira y afloja, pero también un camino hacia el acuerdo. La palabra es el nexo que los termina uniendo. Quizás solo el arte, tan maltratado, sea capaz de ofrecer nuevos códigos. Las palabras, cansadas y torturadas por tanto ruido, por la furia, se han agotado. Parece esta una realidad distópica en la que las palabras, utilizadas solo como arma, han terminado por destruirse entre ellas. Ya no quedan más recursos. Da igual lo que se diga si todo intercambio de palabras termina en una colisión, una explosión y deja cientos de heridos. Es necesario buscar nuevas palabras, o rescatar a las que ya conocemos y darles otro significado. Será un primer paso para levantar una sociedad más respetuosa, menos odiosa y cabreada, menos dispuesta a la autodestrucción. Y hay que empezar por lo primario: las palabras. Pero para encontrarlas los actores actuales, los que han aniquilado las palabras, ya no sirven.

*Periodista