Interpretan algunos analistas que la paradinha del miércoles de Mariano Rajoy al no dar de saque su aprobación a las condiciones demandadas por Ciudadanos era simplemente una forma de decirle a Albert Rivera que los tiempos en este complejo proceso político los marca él y no el jefe de la que al fin y al cabo es la cuarta fuerza en el Congreso. Esa táctica de autoafirmación por parte del líder popular se basa en un hecho objetivo y en un prejuicio subjetivo. El primero, los favorables resultados de las elecciones de junio, en las que el PP fue el único partido que creció en sufragios y escaños. El segundo, que en el núcleo duro del PP todavía ven a Rivera como un advenedizo, un pescador en río revuelto con el cebo de un programa regeneracionista. En esta especie de juego de espejos en el que se ha convertido la política española, Pedro Sánchez ha querido también marcar los tiempos a su advenedizo particular, Pablo Iglesias. Solo así se explica que el líder de Podemos anunciara que había mantenido conversaciones con el secretario general del PSOE para explorar la posibilidad de un Gobierno progresista si fracasaba Rajoy y que los socialistas le desmintieran inmediatamente. Bastantes presiones van a tener que soportar los socialistas si el candidato del PP reúne 170 votos para la investidura como para que ahora llegue Iglesias como caído del cielo para anunciar a los cuatro vientos que hay alternativa. El PSOE tardará en olvidar que una abstención de Podemos hubiera permitido a Sánchez formar gobierno en la anterior legislatura. Pero para esto de marcar los ritmos a tu aliado/rival hace falta tener el carácter cachazudo de Rajoy y saber que el oponente tiene mucho más que perder en caso de forzar la situación. Periodista