El presidente que quiso acabar las dos guerras que su antecesor había iniciado y dejado abiertas parece abocado a abrir una nueva sin que las otras dos estén totalmente cerradas. Barack Obama había conseguido no inmiscuir a Estados Unidos en un nuevo conflicto en Oriente Próximo como el que estalló en Siria hace ya tres años a resultas de la revuelta contra el régimen autocrático de Bashar el Asad. La implantación del ahora llamado Estado Islámico (EI) en amplias zonas de aquel país y de Irak, y el asesinato y decapitación del periodista estadounidense James Foley por aquella organización extremadamente violenta están cambiando la postura de la Casa Blanca. Washington ya autorizó ataques aéreos contra EI en Irak. Ahora ha aprobado también el envío de vuelos de reconocimiento sobre Siria, país del que EEUU posee escasa inteligencia fidedigna. Estos vuelos son interpretados como la antesala de una intervención aérea contra el EI.

Esta es una decisión que el presidente Obama había intentado evitar. A lo más que llegó su Administración en el conflicto fue a facilitar armas y a reconocer al Ejército Libre de Siria en su lucha contra el Gobierno de El Asad. Pero la indecisión, el tímido apoyo a la oposición y la falta de claridad en las respuestas a la escalada de la guerra que ha causado 191.000 muertos en su mayoría civiles, y en la que el Gobierno ha usado armas químicas, ha facilitado la aparición sobre el terreno del yihadismo más virulento.

EL MAL MENOR

Desde el inicio de la revuelta contra su régimen, El Asad había identificado a los rebeldes como terroristas, lo que no era cierto, pero la indeterminación en el campo de batalla, el vacío creado, ha hecho verdad aquella mentira. Ahora Obama se encuentra ante una gran paradoja. El país que facilitaba armas a los rebeldes contra El Asad, acabará enviando aviones en su ayuda. El autocrático presidente, que era parte del problema, es ahora el mal menor. Washington insiste en que no colaborará con el régimen, pero EEUU por sí solo no puede acabar con EI en Siria. La única fuerza estructurada y con capacidad de acción es el ejército gubernamental. Y tarde o temprano habrá que contar con él para intentar aplastar el desafío yihadista. Lamentablemente, esta realpolitik descansa sobre una montaña de errores, nuevos y antiguos.