Acaba de salir en papel el nuevo monográfico de Altaïr Magazine dedicado a la ciudad de Montevideo. 360 grados a la que denominan como «la urbe tranquila», con colaboradores uruguayos de referencia como Cesar Bianchi y Gabriel Peveroni. Un número encarrilado y sostenido por las reporteras y narradoras Paty Godoy y Berta Jiménez Luesma que se patearon la ciudad para rescatar historias de vida y poblar de olores, sonidos y sabores estas páginas. Hubiera querido colaborar en este tercer volumen con la historia de un pintor viajero uruguayo del que me hablaron en agosto, cuando visité el país. Pero no me dio la vida y pensé, ya habrá ocasión. Con todo, custodiaba la información sobre Valentín Ossipoff, algo más conocido por su pseudónimo Lotus Eater, con el celo de los bibliotecarios de la antigua sala de raros de la Biblioteca Nacional. Todo un hallazgo, pensaba. Tengo la historia de un singular uruguayo que viajó a las Islas Marquesas en busca del sueño tahitiano. Un genuino pintor que se mimetizó con la esencia tiki hasta transitar como uno más por las paradisiacas islas.

La mayoría solo hemos atisbado estas maravillas tahitianas en los cuadros de Gauguin o en las aventuras narrativas de Melville, Stevenson o London; pero, sobre todo, hemos fantaseado con estos territorios en los bares hawaianos que surgieron en los noventa.

Con esos cócteles exóticos y palmeras artificiales de decoración. Yo iba mucho al hawaiano que había en la plaza Santa Ana de Madrid a pasar con un novio las tardes de domingo. No teníamos casa, y allí podíamos estar recogidos en los reservados rincones por los que se distribuían las mesas.

Pues bien, mi secreto al traste. Se acaba de publicar un libro exquisito, que quiere ser un catálogo pero que es mucho más: Los mares del Tiki (La Naval, 2017), que recoge ensayos y obra de los dos grandes pintores viajeros dedicados en cuerpo y alma a recrear y reinterpretar estos entornos de ensoñación: Ángel Mateo Charris y el desconocido Lotus Eater.

El catálogo se adentra en el «paraíso perdido» que viene rondando la imaginación de algunos artistas y de aquellos que queremos seguir soñando con «islas vírgenes» y «oasis de libertad». Gentes arrojadas, como Lotus Eater, que se trasladó de la «urbe tranquila» uruguaya a las míticas islas del Pacífico para llegar a establecerse en Noku Hiva (Marquesas Islands).

Eloy Fernández Porta, que colabora en el catálogo, se detiene en el misterioso retrato de Lotus Eater tocando el ukelele al atardecer. Un retrato que, como la obra del uruguayo-tahitiano, señala el ensayista, se erige como icono de un folk primordial, por su retorno a la naturalidad, su regreso a un pasado, el del paraíso tahitiano que, como señaló Fredic Jameson, nunca existió.

El investigador del CSIC, Joaquín Álvarez Barrientos también se olvidó de Lotus Eater en su último trabajo. Tendrá que haber una reedición para poder incluirle.