La retirada de Mariano Rajoy supone una buena noticia en primer lugar para él, porque vivirá bastante más tranquilo, y en segundo lugar para su partido, que podrá más tranquilamente nombrar sucesor sin la asfixiante presencia del líder. También, como él mismo ha apuntado con indudable nobleza, su mutis puede ser beneficioso para un país que viene asociando con razón, y con demasiados testigos de cargo, la excesiva permanencia en el poder con los fenómenos de corrupción.

¿Quién será el nuevo presidente y candidato del PP?

La mayoría de los arúspices, sibilos, adivinos, apuntan hacia Alberto Núñez Feijoo, el actual presidente de la Xunta de Galicia, considerado delfín de Rajoy. Un político joven, que sabe lo que es ganar elecciones y gobernar, y que ciertamente podría rejuvenecer la derecha.

No será, seguro, el único aspirante. María Dolores de Cospedal o Soraya Sáenz de Santamaría podrían perfectamente presentarse, habidos los cargos respectivamente disfrutados, a la dirección nacional.

Aunque a esta última le ha salido un serio censor, Jose Manuel García Margallo, uno de los viejos terribles del PP, con más años en política que los leones del Congreso y más conchas que un galápago. Margallo, cuya ideología es un misterio, responsabiliza a Soraya de todos los males de la patria y del partido y se ha juramentado para cortar en seco su carrera política, oponiéndose a que dirija o represente el grupo parlamentario. Para ello, Margallo, político vanidoso e inflado de sí, que ya se postuló como presidenciable cuando Rajoy decidió sustituirlo por Alfonso Dastis, va dando cera en las tertulias de orden, criticando abiertamente a sus antiguos compañeros y sorayos y presentándose como ese gran hombre de Estado que no acaba de encontrar España.

No es Margallo el único de esos viejos terribles, en ocasiones disfrazados de simpáticos andaluces, como ese monstruo de Javier Arenas, más fino, menos caústico que Margallo, pero tan incombustible como su versión más chusca o patética en una Celia Villalobos que, privada de gloria, empieza a dar pena.

Para competir con los jóvenes líderes de Ciudadanos, el PP necesitará otros perfiles y programas, nuevos compromisos y presencias. Tiene ahora la oportunidad y el tiempo para encontrarlos, con permiso de sus viejos terribles.