Perdonen, pero ayer El Independiente se fue por los cerros informáticos, se perdió y no apareció publicado. Yo mismo ni me lo explico. A lo mejor metí la gamba (o el dedo quivocado) y se mosqueó el programa.

Así que voy a reciclar parte del contenido extraviado. Va sobre el estrés que ha acumulado la gente en esta Semana Santa. Entre las avalanchas en La Madrugá, la superbomba de Trump (el tamaño sí importa, como todas/os sabemos), el tramabús de Podemos (valiente bobada) y el inicio de la campaña de las presidenciales francesas, el personal ha acabado de los nervios. Solo faltó que Cospedal pusiera la bandera a media asta en los cuarteles porque había muerto Cristo. Qué cosas.

Así es la Semana Santa, nuestra Seman Santa. Por eso, cuando veo a la gente perturbada por el significado de tales días, suelo recomendar evitarlos por el simple procedimiento de salir al extranjero. ¿A dónde? A la ciudad de Arles, en Francia, junto a esa maravillosa Camargue que es a la Costa Azul lo que el delta del Ebro es a la Costa Dorada.

Allí, a partir de la noche del jueves santo, cuando en la bendita España andamos de procesiones y estampidas, empieza la Feria de la Pascua, una fiesta tremebunda. Son cuatro días de charangas, comilonas, bailes por la calle y desmadre total hasta las cuatro de la madrugada. El Casco Antiguo (magnífico, por otro lado) tiembla. Adiós a los agobios.

Eso sí, a los españoles más aguerridos quizás no les guste. A los de izquierdas y periféricos en general, porque aquello es una explosión de españolidad y andalucismo (paella, caballos, toros, faralaes y pasodobles) que quita el hipo. Culmina con los espectáculos taurinos en La Arena, el antiguo anfiteatro romano, ¡qué mejor escenario!

Los de derecha-derecha tampoco estarán en su salsa. Mucho magrebí, mucho subsahariano, mucha francesa descocada. El alcalde es comunista. Y tanto el antiguo palacio arzobispal como la gótica iglesia Frères Prechêurs (desamortizados en su día) se convierten en gigantescas discotecas. En las repúblicas, ya se sabe.