Todas las veces que pasas en Zaragoza por la calle Alfonso o circulas a pie por Independencia o Goya están. Casi siempre hombres, pero no solo, sentados en el suelo esperando una moneda que alimentará un minuto pero no reconstruirá su vida. Antes eran las redes de mendicidad y los ancianos con gatitos o pequeños perros amaestrados para sostener la pena y la cesta de pedir. Hoy son ciudadanos demasiado parecidos a ti y a mí que ayer tenían trabajo y casa, y hoy nada. Uno con el pelo recién peinado y con la foto de su hija vestida de comunión, sus zapatos limpios y el rostro recién afeitado que antes de la pena y la humillación parecía guapo. Uno que se sienta junto a una mesilla de dormitorio de los años cincuenta y que exhibe orgulloso su dignidad no perdida cuando perdió su bienestar, fingiendo un cuarto de estar callejero con cesto de mimbre para las monedas, y con paseantes donde hubiera estado una tv. Otro que pide sentado en el soporte de uno de los vergonzosos bancos que se están llevando nuestro esfuerzo, vestido con un jersey amarillo de Ralph Laurent, pañuelo de seda en su garganta, zapatos caros de ante y aroma de perfume caro, las señas de su pasado burgués delante de una lata metálica de pedir en su presente desesperado. Otro, de larga barba y pelo grises, vestido sobrio, pobre y limpio, que espera entre un bar y una panadería y que te dice casi inaudible que le des algo. Intuyes que para sí mismo y sus hijos y nietos hambrientos. Consecuencias del siglo XIX con políticas del siglo XIX que presumen ser del XXI. Rancio capitalismo depredador.

Si, son parecidos a ti y a mí. A muchos que hoy no piden en las calles pero arrastran su orgullo de trabajador entre parientes y amigos para solventar tantas necesidades como hijos tengan. Parecidos a quienes hacen la cola en las traseras de los mercados y los súper para recoger los restos de las frutas y yogures caducados. Parecidos a quien capea el fin de mes el día veinticinco y llega con deudas al quince. Parecidos a quien se pagó un resort o un viaje a Londres o un forfait estas vacaciones. Parecido a quien se quedó en casa leyendo o viendo tv. A quien camina por la calle como si nada pero lleva dentro el miedo a que mañana día uno lo dejen tirado, o porque la semana que viene se le acaba el paro de mierda que aún cobra, o porque tiene cincuenta años y ya es un desecho social en un mercado laboral regido por dañinos personajes que un día, quizá, tengan que esconder su orgullo maltrecho en un comedor social

Parecidos a ti y a mí porque ayer eran tú y yo, y mañana nadie sabe si no seremos nosotros. Y no, no solucionan su vida así. Y sí, siguen siendo ciudadanos con derecho a su dignidad material en un sistema y un régimen que les considere. Justo lo contrario de ahora.

No es necesario haberse quedado en la ciudad estas vacaciones para darse cuenta. Incluso si te has ido, o te has quedado y sucumbido bajo la atronadora insistencia de tambores y bombos y los mortuorios colores de los hábitos procesionales, se ve. Porque se vio ayer y se verá mañana. Aunque te creas el discurso oficialista del buen camino y los contaminados hálitos gubernamentales, se ve. Si eres ciego, se siente y se oye. Si eres sordo, se ve y se siente. Si no quieres ver ni oír ni sentir, solo te queda el recurso de mentirte a ti mismo porque está. Gane quien gane esta guerra, la hemos perdido nosotros. O aún no.

*Periodista y Activista. Blog.fernandorivares.com