Lo invito a recorrer los lugares donde Goya anduvo. Admiro a este pintor porque fue un amante de la vida. Paradójicamente su vitalismo le llevó a pintar con rabia Los fusilamientos del 3 de mayo, un cuadro simbólico contra la guerra. La guerra es la antítesis del hedonismo y el placer de vivir. Los patéticos fusilamientos expresan el aborrecimiento por la barbarie. De cualquier barbarie, porque en Los desastres dibuja tanto la ferocidad de los franceses violando o matando españoles como el encarnizamiento de los españoles acabando a hachazos con soldados franceses.

Paseemos con este genio universal. Hoy buscaría inútilmente en la calle del Teniente Coronel Valenzuela, junto a la iglesia de La Mantería, la casa donde vivió hasta los 11 años. Nació en casa de su abuelo, en Fuendetodos, porque la suya, en la Morería Cerrada, hoy desaparecida, estaba en obras. Los padres habían pedido un préstamo para adecentarla que no consiguieron devolver y al final les fue embargada. Desde entonces vivirían de alquiler, a salto de mata. Francisco no olvidaría estas penurias, ni las sangrientas revueltas que sufrió Zaragoza por la subida del precio del pan. Tal vez por eso valoró el dinero e intentó disfrutarlo. Tampoco olvidó a los suyos y cuando consolidó su posición en la corte pagó gastos y alquileres de padres y hermanos.

Con 17, casi un crío, intentó ganar una beca en Madrid para asentar el oficio y poco más tarde viajó sin medios a Italia para consolidarlo. El camino fue largo. Atendió los encargos que surgían mientras vivía con la familia en Las Piedras del Coso (Coso Bajo) o en Puerta Quemada, que hoy llamamos Heroísmo. Cuando pintó el Coreto del Pilar, la primera obra importante, se desplazaba desde la calle La Cadena. Todos estos detalles los conocemos gracias a la exhaustiva investigación de Ona González: Goya y su familia en Zaragoza. De los lugares que habitó solo queda una casa en pie, en la actual plaza San Miguel, número 4, entonces la calle del Perro.

Cuando tenía 29 años lo llamaron a Madrid para pintar cartones para tapices, pero anhelaba sus vivencias de Zaragoza. Cuando pintó la bóveda del Pilar, que le dejaría un sabor amargo por las críticas recibidas, su amigo Zapater le buscó una casa al lado de la suya, donde hoy está la Fnac. En otra ocasión decidió visitar por sorpresa a su amigo y emprendió el viaje el 9 de octubre para llegar a Zaragoza con el nuevo servicio de postas el día 12, un buen día para emprender la juerga, «chocolatear», como él decía, y divertirse. Más dura fue la visita del otoño de 1808. Palafox lo había llamado para que diera testimonio del heroísmo y los destrozos de la ciudad tras el primer sitio. Tal vez se detuvo en la iglesia de San Miguel de los Navarros, donde se habían casado sus padres y su hermano y él mismo bautizó a su primer hijo. En el Coso Bajo se amontonaban las ruinas. Los combates y la explosión del almacén de la pólvora, junto al seminario de San Carlos, habían destruido decenas de casas, entre otras la que el habitó con sus padres nada más casarse, a la altura del número 126 actual. Goya tuvo que salir huyendo porque de nuevo se acercaban los ejércitos franceses. De camino hacia Madrid pasaría por Fuendetodos. Ya no volvería a Aragón. Pero la camisa blanca de la figura central de Los fusilamientos sigue siendo un grito contra la crueldad.

*Escritor