Es curiosa la existencia del ser humano. Celebramos la Semana Santa, conmemoramos la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, ese paso de la muerte hacia la vida eterna, y en pocos momentos de la historia de la humanidad ha imperado ese leit motiv vital tan demoledor como es el de arrojarse a la pasión sin corazón, una praxis que enlaza a la perfección con esa nueva religión a la que los modernos pensadores se refieren como vivir el «aquí y el ahora». Entreguen su alma y ríndanse a los placeres de la carne (o de cualquier otro tipo), invocando ese aquí y ahora, y vivirán una vida plena, llena de aventuras, adrenalina en vena, aunque más tarde lleguen el vacío, el dolor emocional, la soledad, el abandono o el desamor. A ese mismo juego se entregan nuestros líderes espirituales: un Trump que advierte a Kim Jong-un con buques de combate en respuesta a la continua petardada nuclear norcoreana o que no titubea en cepillarse a un Al Asad en pro de la justicia social y de valores como la democracia y los derechos humanos, de los que no conoce el significado; un Putin que a ratos le invita a wodka a ese Trump de las cavernas, a ratos le veta una propuesta para condenar el ataque químico de los sirios contra civiles en ese foro límbico que es la ONU…, un despropósito continuado, un callejón sin salida. Ha llegado la hora, aprovechando el significado que entraña la Pascua, de dar un paso con mayúsculas: abandonar la política del miedo y tener el coraje de apostar todo por amor. Pasión, sí, pero con corazón, solo así podremos salir del abismo existencial.

*Periodista y Profesora de Universidad