Entre pasos de Semana Santa y monas de Pascua, entre playa y caminatas por la montaña, quizá se nos haya pasado una noticia relevante. No tanto porque resulte asombrosa, impredecible o increíble. Lo cierto es que la capacidad de sorpresa de los ciudadanos ya está muy mermada, pero siempre está bien recordar los motivos por los que un día nos indignamos.

La cuestión es que estos días en que la tradición anima a la austeridad, nos hemos enterado de que Rodrigo Rato amañó y blanqueó dinero siendo ministro de Economía y director del FMI. Él, ese hombre al que José María Aznar y el presidente del Banco Santander, Emilio Botín, calificaron como el «mejor ministro de la democracia», resulta que creó empresas opacas que facturaron 82 millones de euros a compañías que él mismo había privatizado.

Tuvo incluso el detalle de utilizar su dirección de correo electrónico del FMI para blanquear parte de su fortuna. ¡Qué maravilla! Está claro que Rato nunca necesitó un terapeuta que le subiera la autoestima. Solo alguien con dosis ingentes de desvergüenza y secular prepotencia se sentiría tan impune como para robar de todos los modos posibles en cada puesto al que accedía.

Pero no nos engañemos, los pasos de Semana Santa no puede cargarlos un solo hombre. Los bolsillos de Rato se hincharon de pagos procedentes de grandes empresas españolas, algunas del Ibex 35.

Quizá alguien más debería cargar la penitencia de la estafa.

*Escritora