«Me acuerdo del verano de 2012, que fue mi primer año de Gobierno, y no tenía una buena noticia de ninguna de las maneras». El presidente inauguraba sus vacaciones hace unos días con una considerable bajada del paro. Comparecía ante los medios después de su habitual caminata matutina en Galicia, antes de su lumbalgia. Mariano Rajoy, sudado, ponía en valor su gestión, sus esfuerzos por dar la vuelta a las cifras con unos datos que definía como «excelentes». La economía va mejor y por eso el líder del PP no entiende que no se refleje en la percepción que los españoles tienen de la situación política.

Él no da demasiada importancia al ruido de la oposición, pero considera una extravagancia que dejar atrás lo peor de la crisis no le permita gobernar con tranquilidad. Al presidente, en los últimos meses, le han pedido la dimisión, le han sentado ante un tribunal, le han reprobado a varios ministros y le empiezan a dar la espalda incluso en los asuntos considerados de Estado, como la manera de afrontar el desafío independentista de Cataluña.

Ese podría ser el resumen del primer periodo de sesiones de la legislatura: el Gobierno, y también el Partido Popular, se siente impotente con demasiada frecuencia. Las alianzas no son estables. Los escándalos de corrupción no les dan ni un respiro y pocos partidos parecen dispuestos a asumir el riesgo de apoyarles, salvo en casos muy puntuales y siempre a golpe de talonario.

LA COMISIÓN de investigación sobre la presunta financiación ilegal del PP es, en mi opinión, el ejemplo más palmario de que no supieron prever lo que se les venía encima. Rajoy aceptó fustigarse un poco en su pacto de investidura con Albert Rivera, pero pensó que podría controlar a Ciudadanos y doblarles la mano llegado el caso. Ahora, se encuentra con un espectáculo dantesco de tesoreros sordos y dementes dando cuentas en el Congreso. Por allí, salvo que lo evite el Tribunal Constitucional, van a tener que pasar los dirigentes más estrafalarios del partido. Cada comparecencia provoca histerismo interno.

El PP, abierto en canal, utilizando guante de seda con presuntos corruptos que un día fueron definidos por ellos mismos como «delincuentes». El PP, recurriendo a los jueces para que paren algo que acordaron impulsar a cambio de la presidencia del Gobierno. El PP, intentando utilizar el Senado, una cámara a la que no le hace caso nadie, para intentar hacer ver que todos son igualmente corruptos. El PP, diseñando la mejor manera de esconder que Rajoy ha tenido que declarar en la Audiencia Nacional. Es decir, tapando una situación a todas luces anómala.

Y para colmo, Pedro Sánchez se acerca a Pablo Iglesias, la izquierda supera al PP en las encuestas y el PSOE titubea en su apoyo al Gobierno frente al independentismo, el mayor desafío político que tiene ahora mismo nuestro país. A pesar de todo ello, el presidente habla en serio cuando dice que quiere agotar la legislatura. Nunca olvidemos que es el enterrador más experimentado de la historia política reciente.

*Periodista