Creo que yo tengo la patria en el estómago. Así me explicaría que me doliese tanto cuando sufren las personas que me importan. También cuando tengo hambre, claro, porque la patria por la que verdaderamente se sufre es la del agujero en la tripa. Las únicas banderas por las que segrego felicidad son las de anchoas y olivas. Pienso en esto cuando leo todo el lío que se ha montado por unas declaraciones de Fernando Trueba, en las que dice no sentirse español. Al mismo tiempo, unos inmigrantes se fugan de un centro de internamiento de extranjeros, lugar sobre el que, desde hace tiempo, planea la duda de la falta de respeto a los derechos humanos. Indignan las palabras de Trueba en una España que no se inmuta por su política migratoria. La patria se cose de dentro hacia fuera. Admiro a mucha gente, pero no tanto como para tatuarme su cara en el pecho ni para construir un fuerte con la adoración dentro. Me cuesta no llevarme la contraria a mí misma, así que no creo que en la afinidad no haya espacio para la disidencia. Me sorprende la capacidad que tienen algunas personas para generar ídolos sin grietas. Como si se pudiera amar otra cosa que no fuera el resultado de unas debilidades. Yo también quería haber ido a Cuba antes de que se muriera Fidel. Y sentí que la Revolución me tocaba como te tocan los libros y las canciones en las que te gustaría vivir. Pero es muy difícil que nunca sobre nada. Que las miradas sean constantes, las palabras precisas y no haya gritos que caigan por la espalda. Me recuerdo a mí misma, con la camiseta del Che, que se compró mi madre en su viaje de novios, dirigiendo a cientos de personas en una manifestación, megáfono en mano, lanzando las consignas que repetía la masa. Llevé ese megáfono en muchas manifestaciones, durante varios años. Y luego me cansé de las revoluciones que eructan lugares comunes sin ventilar sus vergüenzas, que eran muchas, pero se escondían en los sótanos de la ortodoxia. Y si las cuestionabas, no eras una auténtica revolucionaria. Y me fui, tejiendo mi propia izquierda que me cobijara. Huyo de los dogmas porque no me creo a mí misma. Hay algunos que sólo comen verdades y sudan sus propias certezas. Se han recuperado unas declaraciones del alcalde de Alcorcón, David Pérez, en las que dice que el feminismo es un movimiento “rancio, radical, totalitario” y nos acusa a las feministas de “fracasadas, amargadas y rabiosas”. Todo el mundo tiene alguna convicción a la que sujetarse, en algunos casos para que te amarre cuando todo lo demás se mueve, en otros, sólo sirve para dejarte clavado en el suelo, mientras la vida galopa en la superficie, enterrándote con tus ideas allí abajo. Muere en un bombardeo el payaso de Alepo. Se encargaba de hacer de la risa una trinchera en la que estar a salvo del horror. Hay héroes silenciosos y patrias que se escapan del mapa, como la resistencia de una risa a la que acaban asesinando.