No pudo surgir un patriotismo español tras la Guerra de la Independencia, cuando los reaccionarios serviles se agruparon en torno a Fernando VII, el rey felón, para perseguir sin cuartel a los liberales, héroes de la resistencia antifrancesa. Ni cuando el Trienio Liberal fue clausurado por otra invasión gabacha, la de los Cien Mil Hijos de San Luis, que repuso el absolutismo con el aplauso y la bendición de la Nobleza y la Iglesia.

Durante las guerras carlistas, los liberales se definían a sí mismo como patriotas, en contraposición con la naturaleza tardomedieval de sus contrarios. Pero fue la Restauración, tras la Primera República, la que elaboró un ideario nacionalista que definiría a partir de entonces el patriotismo español: retrógrado, de derechas y falso. Difícilmente podía arraigar en los sectores más dinámicos de la ciudadanía, que veían cómo se sucedían los desastres nacionales. El del 98. Los del Barranco del Lobo, Annual y tantas otras derrotas en el Rif. El que suponía el atraso de un país donde solo el País Vasco y Cataluña ofrecían alguna muestra de modernidad y pujanza...

Los fracasos los pagó el pueblo. Los hijos de los ricos podían eludir, pagando, el servicio militar, y ninguno de ellos acudió a luchar en Cuba, Filipinas o Marruecos. La oligarquía y la alta burguesía escondían (como ahora) su dinero en Suiza. El Ejército (hipertrofiado, ineficaz, corrupto... y depositario del patriotismo más duro) era un enemigo que reprimía las huelgas y se llevaba a los jóvenes a Ultramar para traerlos muertos o enfermos. La bandera, el himno, la monarquía... ¿que ofrecían? Y al final llegó Franco (más hombre de la Restauración que fascista) para remachar con criminal violencia ese patriotismo de chundarata y opresión, de élites contra ciudadanía.

Todo lo cual explica la disfunción nacional que se da en España. Ahora, ante el desafío secesionista (torpe e indeseable, sin duda), Se ha querido consagrar un nuevo patriotismo constitucional. Pero, a la hora de la verdad, ha emergido el viejo nacionalismo españolista de derechas. Para muchos, un imposible.