Parece ser que Echenique regatea bien en el área (dará paso a Lambán en el Gobierno de Aragón, tras dejar claro que él está a la misma altura electoral del socialista). Santisteve, por su parte, aún está muy lejos del Ayuntamiento de Zaragoza (no porque los socialistas o la CHA vayan a impedirle ocupar el sillón de alcalde, sino por su extraño empeño en no tomar contacto con la situación ni hablar con la gente que puede ilustrarle ni hacerse a la idea de cuál es su responsabilidad). En el PSOE, los que sí salieron bien librados el 24-M (o sea, los del Alto Aragón) andan sacando pecho y advirtiendo (a los de Zaragoza) que han de tener un papel relevante en la administración de la victoriosa derrota cosechada por su partido en la Tierra Noble. El PP y sus fácticos habituales viven sin vivir en ellos, recomidos por los nervios y cruzándose reproches. De Ciudadanos no se sabe gran cosa.

Pero lo más curioso ha sido que este domingo el secretario general del PSOE y ya precandidato a las próximas generales apareció y habló creyéndose Pablo Iglesias (el de Podemos, no el tipógrafo) en vez de quien es. Mientras, el mismo Iglesias le aconsejaba calma y humildad, poniéndose a su vez en el pellejo dominador de aquel Felipe González del 82.

Las cosas han venido de tal manera que los actores del drama político español aún no se saben bien sus papeles ni acaban de encarnarse en el personaje que les toca. Los conservadores (medio groguis) y los socialistas (que han decidido darse por vencedores, al ver tan jodida a la derecha) creen que los nuevos todavía tienen que aprender las habilidades que proporciona la experiencia. No se han enterado de que dichas habilidades sólo son malos trucos de conspirador fullero, intoxicador sistemático y perito en corruptelas. En realidad, los emergentes sí tienen que ponerse al día, pero en lo referido a la manera de abandonar su inicial simplismo, dejarse de clichés pseudoizquierdistas y alumbrar procedimientos (de verdad) para recuperar los servicios públicos, impedir la corrupción, reformar las administraciones e imponer a las grandes compañías, bancos y demás ralea la obligación de jugar limpio. Casi nada.