Visité recientemente una librería general no importa dónde y constaté que era como tantas otras que ya había visitado. Me refiero al contenido: a los libros, y a su disposición comercial en el espacio. Sin poderlo evitar vi en el escaparate lo que más se vende y lo mismo en la sala principal sobre las mesas. Dejando títulos aparte, el género mejor situado y por tanto el preferido por los consumidores era sin duda la novela y, en general, la narrativa o todo lo que se cuenta. Los libros de historia propiamente dicha, incluso la propia del lugar donde se vive o viven la mayoría de los que pasan por allí, ocupaban espacios más discretos. Pregunté por la filosofía y me dijeron que en el sótano. No bajé, a mis años bajar escaleras me molesta, me duele la rodilla y la pregunta -confieso- fue solo un pretexto para constatar lo que temía. Pensar no se lleva ni se vende, y esto es hoy lo que más da que pensar a los filósofos y apenas para comer a los autores que escriben de filosofía no obstante por amor al arte o a la sabiduría. Lo que es una cuestión de gustos y algo más: de dignidad. Que la caña pensante en caña se queda si no piensa ni mucho ni poco como pensaba Pascal.

Si cambiamos de tercio y pasamos a los medios de información general, lo mismo. El deporte y la gastronomía, por ejemplo, ocupan mucho más espacio que la cultura. La poesía no cuenta y la filosofía, ¡anda ya! Eso amigos ha pasado a ser como la tisana para la gente. Pues es lo que se toma precisamente para no pensar en la vida. Lo que cuenta hoy en general es lo que se cuenta y , antes que pensar, lo que importa sobre todo es calcular.

Por cierto, acabo de leer un artículo en El País con el título «La tecnología que enseña a los robots a «pensar» como humanos». A estas alturas por donde anda la ciencia después de la metafísica que está por los suelos, es de agradecer a los clérigos de la nueva observancia que pongan entre comillas lo de «pensar» como los humanos. Lo que me sugiere que el remedo no excluye un posible remedio del mal que se padece con la superstición tecnológica que propalan. Mientras mantengan esas comillas habrá que suponer que los científicos no piensan ya como los robots; es decir, que además de calcular y de aprender a calcular como las máquinas, piensan aún como los humanos. Y algo les queda, digo yo, de los clérigos de la vieja observancia o filósofos del «mester de clerecía». A ellos, a quienes hoy se les podría llamar o concederles el título de «master de clerecía» por muchas razones y algunos méritos. Reducir el pensamiento científico al cálculo y este a una operación de una computadora me parece un error que no espero cometan los científicos, mal que les pese --que no les pesa en absoluto-- a los robots a quienes algunos imaginan participantes de su equipo de investigación en el futuro.

Una cosa es calcular y otra pensar. Lo primero depende de los datos: lo que hay -que son habas contadas y contables- y del objetivo que se desea y se quiere alcanzar «racionalmente» a partir de los datos disponibles y registrados. Calcular es cosa de técnicos, científicos, burócratas, funcionarios o banqueros... Un trabajo para el que pueden ser sustituidos con ventaja por los robots, una vez elegido por los humanos -¡faltaría más!- el objetivo que se pretende. El cálculo responde a intereses particulares. Calcular es ocuparse de lo que uno puede conocer y conseguir, pero nunca abrirse y estar dispuesto a lo que uno puede recibir en la vida si se desvive por todo el mundo.

Pensar en todos y en todo, eso es pensar. Y pensar es nada si no se ama: un alto en el camino que no lleva más lejos, una demora que no va a ninguna parte. Teoría que se pierde, humo de pajas y un mal cirio apagado que no se quema: que no da luz ni calor. Pero si arde es otra cosa y da mucho de sí.

El calculo sirve para moverse como Pedro por su casa, para saber hacer algo, para manejarse sin pillarse los dedos, para dominar la situación, la naturaleza y el mundo en el que uno vive... Pero no para salir y abrirse a lo universal: a todo y a todos. En lo segundo está la gracia, asunto humano donde lo haya y tú que lo veas. Pensar en todo no es quedarse con la boca abierta, sino con los ojos muy abiertos y más aún el corazón. Pensar en todos es abrirse, escuchar a todos. Y el colmo es comprenderlos, abrazarlos. En el encuentro llega la salvación paso a paso si nosotros vamos. La casa donde cabemos todos es el enteramente Otro, nuestro destino a quien algunos llaman Dios. Pero mientras tanto el otro, cualquier otro, puede ser para ti mismo --compañero-- si bien lo piensas un atajo y en absoluto un despiste.

*Filósofo