Hace un tiempo empecé a escribir un libro sobre la muy vieja y todavía vigente ley del indulto (1870). Ahora sale publicado. Es un libro con ideas jurídicas, constitucionales y filosóficas pero desde el primer momento la reflexión sobre el Derecho y el indulto se entremezclaba pensando sobre el perdón desde otra vertiente: la humana. Tiene múltiples dimensiones y enfoques. Desde el ético al jurídico; desde el de los sentimientos al factor religioso o el político, etcétera. Pero son esas esas reflexiones sobre el perdón personal son las que quiero compartir.

Es la justicia un principio de carácter ético en lo que se refiere al trato con los demás, como lo es otra actitud y sentimiento importante en la vida, la gratitud, que engarza con aquella. Si ser justos o actuar con justicia comunitaria o individualmente es un valor individual y social, podríamos plantearnos qué valoración puede o debe tener en una sociedad o personalmente lo que el perdón o la misericordia ante una injusticia recibida o cometida por nosotros. En las relaciones personales realizamos comportamientos (afortunados o no) sobre otras personas o recibiendo de ellos un trato que supone actos justos o lo contrario. Y sobre esas decisiones, algunas incorrectas, esto es injustas desde un punto de vista humano, a veces conviene rectificar, seamos nosotros los autores de esa actuación desafortunada o la víctima. Y una manera de visualizar esto e interiorizarlo es a través del perdón.

Este debate o dialéctica entre injusticia y perdón es de las cosas más constantes y en no pocas ocasiones más relevantes cuando se trata de grandes momentos o decisiones. A veces, marca una vida un especial perdón concedido o denegado. Son muchas las cuestiones: ¿A quién perdonar? ¿Es el parentesco o la gran amistad la que hace perdonable un mal comportamiento o, por el contrario, le hace menos merecedor de ello? ¿Se puede o se debe dar ante toda ofensa o injusticia o, por el contrario, hay actitudes que son imperdonables y no son merecedores de disculpa alguna? ¿Vale eso del «olvido pero no perdono»?

¿Cómo otorgar el perdón? ¿Es exigible que el ofensor lo pida y transmita arrepentimiento? ¿Cómo proceder a dar el perdón? ¿Qué limites? ¿Como canalizarlo? ¿Por qué no darlo? ¿Pueden ponerse límites o penitencia? ¿Por qué hay gente con tendencia a no perdonar casi nunca por razón de orgullo? ¿Por qué hay personas que consideran que pedir perdón es humillarse? ¿Es positivo el rencor? Ciertamente, son preguntas genéricas que pueden hacer responder al lector que «depende, todo depende», pero quería referirme a un valor que no está muy de moda en nuestra sociedad. Acaso, también, porque escasea la virtud de la humildad. Nuestra herencia histórica del cristianismo (donde el tema del perdón es una constante) no es muy potente ahora sobre esto. En otras culturas como la budista, tiene una significación especial. Todas estas reflexiones a un nivel de perdón humano ante ofensas recibidas o infringidas, tiene que ser, desde unas pautas básicas muy claras, adaptadas a las circunstancias y a los tiempos, existiendo principios de carácter humano cuasi inalterables mientras que otros deben ser modulados.

Quisiera referirme al primer perdón (parcial) de la historia. El que relata el Libro del Génesis. Ahí cuenta que descansó el hacedor al séptimo día tras la creación. Antes fueron formados los cielos y planetas, el firmamento y el agua, la tierra, los mares, las estrellas y cuerpos celestes, las criaturas del agua y la tierra. Y en el día sexto, creó al hombre y la mujer. Y esto, acaso, le agotó. ¡Qué menos que descansar después de este doble parto! Precisamente esta ocurrencia, la de engendrar el hombre y la mujer, es lo que enseguida le dio problemas ya antes de que en tiempos más recientes nos dedicáramos a destruir la obra de los mares, las aguas, los peces…la naturaleza. Y les había dicho Dios: «Todo lo creado, para vosotros». Todo menos el fruto de este árbol. «Y si comierais de él -añadió- moriréis». Tras la transgresión, vino el primer perdón parcial, indulto o sustitución de pena. En lugar del «moriréis», pena capital, «sudaréis trabajando» y «sufriréis al parir», le añadió a ella.

El Dios que había creado aquellos seres «a su imagen y semejanza» no podía hacer efectiva la pena prevista. Sería matarse a sí mismo o a su obra principal. Con ello había un reconocimiento de que esta no era perfecta. Aplicó su decepción ante la infracción con el primer indulto de la historia.

*Expresidente de la Comisión Derechos Humanos y Democracia de la OSCE.