Paso un rato entretenido con la nueva película de Alex de la Iglesia, Perfectos desconocidos. Una comedia de enredo cuyo argumento se complica cuando los miembros y miembras (ah no, perdón; ¿o sí?) de una pandilla, invitados a la casa de uno de ellos, acuerdan dejar los móviles a la vista para que todos sean testigos de las llamadas, mensajes o wasaps que entrasen a partir de aquel momento, en cuanto comenzase el juego. Como se suponía que no era más que eso, un juego, y que ninguno de los asistentes tenía nada que ocultar, ningún amante secreto, trapicheo o asunto sucio, todos se prestan al divertido experimento. Pero con el primer mensaje, el terror empieza a aflorar en los jugadores. Uno tras otro van comprobando cómo sus mentiras y coartadas, excusas y dobleces se revelan brutalmente ante los ojos de los demás, con las correspondientes decepciones y reacciones. Porque esos amigos que tan buena impresión venían causándose unos a otros durante los años que duró su amistad eran, en realidad, «perfectos desconocidos».

Como algo así, como perfectos desconocidos, se muestran nuestros dirigentes. De vez en cuando parece que se conceden cita, conocen o reconocen, pero pronto el olvido viene a liberarlos de otras compañías que no sea la propia.

En el caso de Mariano Rajoy y Arturo Aliaga, el primero ha olvidado al segundo.

Rajoy no llama al presidente del PAR, no le escribe, pero no como el gorila del chiste, sino como el oso del abrazo dado. Ya cobrada la pieza, ¿para qué abrazarse y besarse más? Aliaga, en su soledad, ha escrito al presidente del PP, le ha recordado sus galanterías de antaño y sus promesas para con él y el territorio, travesías centrales, infraestructuras... Nada, silencio. Como Aliaga no dispone de la dirección de Ciudadanos, pues no va por esa línea, no pasa por esa calle, aunque le queda cerca, en el centro, a la derecha, de pronto, como ya le sucedió al coronel de García Márquez en Macondo, no tiene quien le escriba.

El PAR dispondría de una excelente oportunidad, en el contexto de la crisis catalana, para explicar las bondades del Estado de las autonomías y enarbolar esa bandera, que es suya, estableciendo en la lealtad constitucional de Aragón y en el correcto desarrollo de su Estatuto un ejemplo a seguir. Puede que así el cartero, que siempre llama dos veces, le lleve cartas de amor.