En los últimos cuarenta años la izquierda española ha estado representada mayoritariamente por el PSOE, porque Izquierda Unida, pese a que siempre superaba el millón de votos, apenas lograba escaños en el Congreso, dado el perverso sistema electoral español de reparto de diputados y senadores por provincias, al que la ley D’Hondt hace todavía más injusto. En algunas comunidades se sumaban partidos de izquierda nacionalistas o independentistas (CHA, BNG, ERC), lo que contribuía a atomizar el voto progresista. Así ha sido posible que el PP, que ha congregado a toda la derecha hasta la irrupción de Ciudadanos, haya logrado mayorías absolutas con el 40% del voto popular.

Pero hace dos años Podemos apareció con fuerza en las elecciones al Parlamento europeo, y todavía con mayor vigor en las dos últimas elecciones generales a las Cortes españolas, en las de junio en coalición con IU y otros partidos. El panorama electoral de la izquierda, lejos de clarificarse, se ha complicado todavía más si cabe y la fragmentación del voto ha dado lugar a que el PP de Mariano Rajoy, con poco más de siete millones de votos, vuelva a gobernar en solitario frente a los doce millones de votos que sumaron los partidos de izquierda, además de los tres millones que votaron a Ciudadanos.

En unos días Podemos celebra su congreso en Madrid, y lo hace en medio de un enfrentamiento, al parecer bastante enconado, entre sus dos principales líderes, que andan a la gresca por el control del partido y por la definición de su esencia y de su estrategia. Más de lo mismo. Mientras tanto, el PSOE camina sumido en una crisis cuyas raíces tienen mucho que ver con la desvergüenza de expresidentes y exministros, ahora colocados en consejos de administración de empresas de energía, y con el anquilosamiento en los cargos de muchos de sus dirigentes, varios de los cuales no tienen dónde ir en el caso de que perdieran su puesto político. Es patético ver cómo los mejores y más preparados militantes socialistas son orillados y relegados en beneficio de miembros del aparato, que para pagar la hipoteca necesitan el sueldo que les proporciona su militancia.

El resto de la izquierda (nacionalistas, independentistas y demás ralea) se sigue mirando el ombligo, debatiendo sobre cuestiones de identidad nacional, género y número que apenas interesan a la mayoría de la gente.

Ante semejante panorama, Rajoy debe de estar encantado. Para seguir siendo presidente del Gobierno no ha podido encontrar mejores aliados. Enhorabuena.

*Escritor e historiadorSFlb