Nadie sabe definir la actual situación de Mariano Rajoy ¿Es candidato a la investidura? Sí o no, según se mire. Se le puede considerar un candidato presunto, implícito, provisional, probable, en diferido, hipotético, yateveré... Candidato interino le definió ayer un colega. Cualquier cosa. Pero ya se ve que esta peregrina circunstancia, por la cual un líder político acepta un encargo del Rey sin aceptarlo del todo, resulta perfectamente verosímil en este país, en el que previamente hemos permitido que se convoquen elecciones generales en vísperas de grandes paréntesis vacacionales, o donde el partido gobernante puede llegar a ser procesado por el delito de obstrucción a la justicia sin que su máximo dirigente se sienta obligado a dar explicación alguna.

Desde el jueves pasado, cuando Rajoy explicó en términos tan evanescentes y cachondos su reunión con el Jefe del Estado y su aceptación (o no) de ir a la investidura, personas muy sensatas se han devanado los sesos intentando ver qué clase de coyuntura es esta y cómo encaja o deja encajar en la Constitución. Juristas, politólogos y periodistas reflexionan sobre la exacta naturaleza de lo que nos toca vivir. Barajan interpretaciones y precedentes, en un ejercicio de responsabilidad cívica que daría risa si no diese pena. Hombre, por favor... ¡Pero si esto es mucho más simple! Elemental: Rajoy invoca la llamada Carta Magna o se la pasa por el arco del triunfo según le va conviniendo. ¿Por qué? Porque se lo permiten una sociedad desorientada por completo y unos creadores de opinión capaces de comulgar con ruedas de molino no sé si por interés, prudencia o despiste.

Con tanta bondad y tanta conformidad (de los españoles e incluso de aquellos que quieren dejar de serlo), aquí algunos hacen lo que les place. Por eso en Cataluña los independentistas se acogen a los mismos tribunales que desprecian, se inventan las reglas sobre la marcha y traspasan las fronteras del ridículo, seguros de que también en su particular escenario la gente traga lo que le echen, y más. Bueno... Siempre podremos ponernos bordes con Podemos, ¿no?