El partido socialista llega a su congreso extraordinario agitado por dos noticias, una mala y otra buena. La mala noticia certifica que sus porcentajes de voto y fidelidad han descendido hasta niveles sin precedentes conocidos. Lo peor es que su descenso no parece haber tocado suelo. Pasan los años tras la derrota del 20-N, los votantes no vuelven y los que quedan, envejecen. Lejos de curarse, el daño no deja de empeorar. El PSOE pierde apoyos cada vez más rápido y en ciclos más cortos. No es su único problema. El espacio de la izquierda se ha repoblado con potentes competidores, con posibilidades reales de disputarle su posición dominante. Al PSOE se le acaba el tiempo. El votante se impacienta y toma decisiones que nadie en el partido parece capaz de adoptar y sus dirigentes siempre encuentran la forma de retrasar.

LA BUENA NOTICIA es que los motivos para tanto desapego saltan a la vista. En las numerosas encuestas publicadas en el proceso para elegir a su nuevo secretario general, los votantes socialistas no pudieron hablar más claro. Ocho de cada diez pedían un cambio hacia la izquierda en las posiciones de la organización. Otros tantos demandaban primarias para elegir el candidato a la Moncloa antes de noviembre.

Si se quiere ver, no se precisan muchas más pruebas para inferir un diagnóstico nítido sobre los males socialistas. Si las prioridades se centran en asegurar un frágil dominó de equilibrios internos, o preservar las posibilidades de tal o cual aspirante, entonces hasta Moby Dick podría varar ante las narices del congreso socialista sin ser advertida. Los votantes del PSOE no le perdonan haber gobernado desde el 2009 con políticas que no votaron y que han alejado miles de millas al partido en la dirección contraria. El electorado socialista tampoco olvida que esas decisiones se tomaron a sus espaldas, sin más explicación de Rodríguez Zapatero que una inevitabilidad que ni entendieron entonces ni comprenden ahora. Puede que la historia le absuelva, sus electores aún no.

El tratamiento resultará largo y doloroso pero, conocida su causa, la desafección socialista puede tener cura. Los apoyos se recuperan con un programa que vuelva a caminar hacia donde esperan sus votantes. La confianza se renueva ofreciendo la posibilidad efectiva de participar en la toma de decisiones relevantes como la selección del cabeza de cartel electoral. Todo lo que no avance en ese sentido será percibido por la mayoría del potencial electorado socialista como más de lo mismo, otra excusa para que las cosas no cambien como esperan; solo servirá para alimentar el desapego.

Las primarias y su fecha de celebración se han convertido en una cuestión simbólica para muchos simpatizantes socialistas. Solo un ciego podría ignorarlo. Los barones orgánicos se empeñaron en dilapidar el efecto curativo de unas primarias internas claramente ganadas por Pedro Sánchez y lo han conseguido. Cuanto más repiten la conveniencia de "no abrir en canal" la organización con unas primarias para no estorbar la carrera por las municipales y autonómicas, más se desconcierta un simpatizante a quien le habían contado que las primarias eran algo bueno y más le parecerá que solo se pretende cerrarle otra vez las puertas. Cuanto más se proclamaba que noviembre fue una fecha comprometida porque se vio forzado en el debate entre candidatos, más sufre la credibilidad del ganador. Lo importante es que se celebren y la fecha da igual, susurran al oído del nuevo secretario general los sabios socialistas. Sánchez debería preguntarse sin complejos hasta qué punto eso es verdad. O solo se trata de prolongar una tutela que ni se han ganado, ni seguramente se merezca.

EN EL TERRENO de la oferta de políticas, de momento, llegan mensajes confusos desde las alturas socialistas. Por razones pésimamente explicadas no se apoyó la elección de Juncker en la Comisión Europea, pero sí se votó a Shultz para el Parlamento Europeo. Ambos iban en el mismo pacto y no genera mucha confianza cumplir solo la parte que te conviene. Tras asestar una puñalada tan teatral a la gran coalición, Sánchez viajó a Barcelona para emplazar a Rajoy al diálogo y ofrecerle un gran acuerdo para parar a Artur Mas, otra vez, en las misteriosas líneas rojas. Mientras, el nuevo secretario general del PSC, Miquel Iceta, defendía la bondad de consultar a la gente si se hace como es debido.

La claridad acostumbra a resultar la madre de todas las confianzas. Cumplir aquello que se promete también ayuda. Los votantes socialistas ya no creen ni en Peter Pan, ni en el polvo de hadas y no quieren vivir para siempre en el PSOE de Nunca Jamás. Quieren y esperan resultados.

Profesor de Ciencias Políticas dela Universidad de Santiago.