La pertenencia a la Unión Europea es una ventura generalmente aceptada, aun a pesar del creciente numero de euroexcépticos, quizás porque la infinita ilusión que suscitó el tratado de Roma se mitiga ante la erosión del tiempo y el contraste con la realidad cotidiana, pues en la calle, el pálido reflejo de los sucesivos acuerdos adoptados parece no ser contrapartida suficiente frente a las expectativas surgidas merced a la adhesión a un proyecto común. De ahí que la Unión se esfuerce por plantear medidas para apuntalar lo que se viene conociendo como Pilar de los Derechos Sociales; algunas de ellas se orientan a paliar los devastadores efectos de una paupérrima demografía, origen no solo del paulatino envejecimiento de la población, sino también una seria amenaza de extinción. Emerge así una normativa protectora donde destaca la reciente propuesta de asistencia a los padres para la crianza y educación de sus hijos, mediante una excedencia retribuida de cuatro meses para cada uno de los progenitores, aplicable hasta que el niño cumpla doce años, además de permisos anuales para atender las necesidades de los menores. Espero que tan excelente iniciativa tenga también su repercusión en el periodo de cotización para la pensión y se reconozca así la importante contribución familiar a la sociedad. Sin embargo, y aunque esta medida pretende favorecer la participación de la mujer en el mercado laboral en tanto y en cuanto establece un permiso igualitario para padre y madre, sería preferible que ambos cónyuges pudieran determinar de común acuerdo, siempre con suficiente justificación, la fórmula más oportuna para la distribución del permiso, pues cada caso y situación son únicos. De cualquier forma, pasito a pasito se puede construir una Europa más justa y social.

*Escritora