El hecho de acercarse el día que significará para mí otro aniversario -espero poder hablar de él cuando toque- me ha llevado a hablar de eso que llamamos «la edad». He buscado en un libro de referencias algunas frases al respecto.

En El criticón de Gracián aparece esta afirmación: «¿Qué mayor encanto que treinta años a cuestas?». No me gusta eso de «a cuestas», porque me suena a algo pesado. Me gusta más lo que dice Chamfort: «A cada edad de la vida, el hombre llega como aprendiz». Esto es muy sugestivo y me parece cierto. El joven llega un momento en que desaprende a ser niño y aprende a ser joven. Como el viejo tiene que aprender a ser viejo. Y confío en que el lector de esta columna encontrará, como yo, que Montesquieu es un observador muy sensible cuando dice que es una desgracia que haya un intervalo tan corto entre el tiempo en que somos demasiado jóvenes y el tiempo en que somos demasiado viejos. Y ahora que escribo estas líneas, cuando la cifra de mis años ya es escandalosa, puedo certificar que el admirado Alfred de Musset tiene toda la razón cuando nos hace saber: «El ser humano es el único que envejece, todo lo demás se rejuvenece cada día a su alrededor». Magnífico.

Otra cita que me parece lúcida: «El tiempo lo devora todo», dictaminó el poeta Ovidio. Ya me perdonarán, pero el tiempo también lo renueva todo, y son los pinchazos de la añoranza los que tenemos que aprender a suavizar, Creo que uno de los secretos de la vida es llegar a superar pequeños y sucesivos maratones que nos pone la propia vida. H *Escritor