Son tiempos que requieren grandes circunloquios introductorios. Ahí van, pues:

Bombardear con armas químicas a la población civil es deleznable (también con armamento convencional, por cierto). El régimen de Bachar al Assad no es la solución a Siria, si acaso (y es un si acaso gigantesco, nauseabundo, de pinza sideral en la nariz, de hipocresía catedralicia) mal menor. Y aun así sería mas que dudoso, altamente improbable de hecho, que cumpliera el principio básico de la realpolitik: que funcione. No hay inocentes en Siria, excepto la población civil que muere y muere y muere de las más variopintas formas, a cual más cruel. Todos son culpables en Siria, o al menos lo son todos aquellos que matan, y matan y matan con tozuda insistencia. También son culpables todos aquellos países que financian, entrenan, venden armas, interfieren, bombardean para vengar ataques en sus territorios y usan el país para dirimir sus propios asuntos. Y aquí al lista es larga, larguísima: Rusia, Estados Unidos, países europeos, Irán, Turquía, Qatar, Arabia Saudí…

El Estado Islámico no es causa de lo que sucede en Siria, sino consecuencia, y a su vez la causa del Estado Islámico hay que ir a buscarla (para no remontarse demasiado en el tiempo) en el trío de las Azores, en la maldita guerra de Irak, en el vacío creado allí, en el Estado fallido que sustituyó al régimen de Saddam Hussein. No vivimos en tiempos de Guerra Fría, aquí no luchan el capitalismo contra el comunismo, la derecha contra la izquierda, los yanquis imperialistas contra los soviéticos. Tampoco son los años de Michel Aflaq y los principios fundadores del Baaz ni del socialismo árabe.

Tampoco estamos hablando del Gran Medio Oriente neocón, de una lucha de democracia contra dictadura, de libertad contra tiranía. No se trata ni mucho menos de la primera línea de batalla en la guerra contra el yihadismo. Y quien vea en la fractura chií-suní una película de buenos y malos mejor que se dedique a analizar la geopolítica de las películas de Rambo, por decirlo suave. Siria es un gran caos, un marasmo, un desastre, una tragedia, un drama, una batalla ideológica, el tablero de un nuevo mundo. Y Siria también es el desmoronamiento del sistema de Naciones Unidas creado tras la segunda guerra mundial para evitar que se repitieran desastres como esa contienda bélica. Siria es la ley de la selva, la guerra sin reglas, un grabado de Goya en árabe.

Y en estas llega el pistolero, Donald Trump. Y donde Barack Obama pensaba, dudaba, calibraba consultaba, reflexionaba, tejía alianzas, avanzaba y reculaba, Trump dispara. Así de fácil, una pistola humeante, tabaco de mascar, la sonrisa del triunfador que no toma prisioneros para lograr su objetivo. ¿Y cuál es su objetivo? Quién lo sabe. ¿Marcar distancias con Rusia, con todo lo que le está cayendo en casa? (en esta caso, ¿está pactado?) ¿Un Wag the dog, el clásico recurso a la cortina de humo fuera para distraer la atención dentro de su caótica administración? ¿El narcisismo de apretar el botón rojo simplemente porque puede hacerlo, oops, ser presidente de Estados Unidos era esto, qué guay? ¿Genuina preocupación por el bienestar de la población civil siria a la cual no deja ni acercarse a sus fronteras ni viajar con iPad en los aviones?

Si tuviera que apostar, yo diría que el auténtico objetivo de los tomahawk era la sede de Naciones Unidas en Nueva York. Pero quién sabe. El pistolero dispara y luego pregunta. El pistolero aprieta el gatillo sin pensar. El pistolero acaba de llegar a la ciudad y ya la ha liado en el salón, no queda ni una botella de whisky intacta. Veremos lo que sucede a partir de ahora.

Mi predicción: van a seguir muriendo civiles. Lo sé, lo sé, no hace falta ser un gran analista para saberlo.

* Periodista