Camino lentamente por esos largos siete kilómetros al borde de las olas de la playa de Omaha. El sonido del mar se confunde con el graznar de las gaviotas y mi propia respiración; el resto es silencio. Cuesta pronunciar palabra alguna en el escenario de aquel día D, 6 de junio de 1944, cuando los aliados desembarcaron en estas playas de Normandía y empezó el fin de la segunda guerra mundial.

En Pointe du Hoc, al lado del acantilado que escalaron 200 rangers suicidas, el visitante/turista fotografía todos los rincones de un búnker alemán mientras los niños se echan jugando a cuerpo a tierra en las trincheras. Paradoja de la historia. En el cementerio americano de Coleville sûr-mer, andamos sobre el césped entre miles de cruces blancas clavadas en filas y columnas. En cada una, el nombre del soldado, la división militar, el lugar de nacimiento y la fecha en que encontró la muerte. Algunas rosas frescas. El cementerio alemán de La Cambe es menos visitado. Las cruces son oscuras, pero el nombre de los soldados está grabado en blanco. También fueron jóvenes que dieron su vida. Caen y su memorial-museo es espléndido. Se autodefine Centro por la historia y la paz en Normandía. Historia y Paz. Recorremos salas con grandes fotografías y relatos respetuosos escritos en francés, inglés y alemán. Junto a películas de cine, material militar y reproducciones a escala real de puestos de mando o de comunicaciones, reflexionamos y asumimos. Me gusta adivinar a los abuelos que acuden junto a los nietos y les hablan con determinación y serenidad. H *Periodista