En estos momentos de triunfo apabullante del neoliberalismo, ensalzar a Karl Marx supone una osadía, ya que implica el verte sometido a ataques furibundos por el aparato político y mediático dominante. Especialmente porque se ha extendido la opinión interesada de que las ideas de Marx propiciaron grandes calamidades para la humanidad, desde asesinatos en masa, hambrunas, los gulags, y un despotismo brutal para millones de hombres; e igualmente la irrupción de las figuras crueles de Stalin en la URSS, de Mao Tse Tung en China y de Pol Pot en Camboya. Responsabilizar a Marx de las monstruosidades de estos regímenes comunistas es tan descabellado como el culpar a Jesucristo de la Inquisición. De entrada, porque nunca Marx hubiera legitimado estos regímenes liberticidas y además porque nunca pensó que el socialismo pudiera construirse en sociedades atrasadas como la Rusia zarista, la China imperial o una Camboya recién independizada. Muy al contrario, tuvo la convicción de que se implantaría en un país occidental, como Alemania o Inglaterra, con un determinado nivel de desarrollo económico e industrial. Los críticos de Marx no recuerdan los crímenes genocidas del capitalismo: la gran hambruna irlandesa de mitad del XIX; el genocidio del Congo, de por lo menos 10 millones; la carnicería de la I Guerra Mundial; y los horrores del fascismo, un régimen al que el capitalismo recurre cuando se ve acosado. Como señala Antoni Domenech "Se han olvidado que, además de unos cuantos mamarrachos del partido nazi, en los juicios de Nuremberg fue juzgada --y condenada-- como responsable última y beneficiaria principal de los crímenes nazis la élite de la oligarquía industrial y financiera alemana: los Flick, los Siemens, los von Thyssen, los Krupp, etc. Casi todos los seguidores actuales de Marx rechazan los crímenes de Stalin y de Mao, mientras que muchos no-marxistas no hacen lo mismo con los del capitalismo, forjado con sangre y muerte, y que Marx denunció: "El capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, de la cabeza hasta los pies".

El marxismo realiza una explicación muy completa de los orígenes del capitalismo, de las leyes de su funcionamiento y de la manera para poder eliminarlo. Es una teoría de cómo las ricas naciones capitalistas podrían utilizar sus inmensos recursos para lograr la justicia y la prosperidad de sus pueblos. De ahí, el inmenso atractivo que ha ejercido tanto en muchos intelectuales, como en grandes masas de los pueblos del mundo. El contraste no puede ser mayor si lo comparamos con la ideología neoliberal, que va en dirección contraria.

Para Terry Eagleton, el auténtico sentido de los escritos de Marx se pueden resumir en las preguntas que se hizo y que hace ya bastante han dejado de plantearse: ¿Por qué el Occidente capitalista ha acumulado más recursos de los que jamás hemos visto en la historia humana y, sin embargo, es incapaz de superar la pobreza, el hambre, la explotación y la desigualdad? ¿Cuáles son los mecanismos por los cuales la riqueza de una minoría parece engendrar miseria e indignidad para la mayoría? ¿Por qué la riqueza privada parece ir de la mano con la miseria pública?

Un concepto clave del marxismo como la lucha de clases, auténtico motor de la historia, expuesta en 1848 en uno de los libros más influyentes de la historia y que sigue reeditándose El Manifiesto Comunista, no ha perdido actualidad. El multimillonario Warren Buffet lo ha dicho "La lucha de clases sigue existiendo, pero la mía va ganando". Marx teorizó que el sistema capitalista (intrínsecamente injusto y autodestructivo) empobrecería inevitablemente a las masas, a medida que la riqueza se concentrara en las manos codiciosas de unos pocos, causando crisis económicas y reforzando el conflicto entre los ricos y las clases trabajadoras, puesto que "la acumulación de riqueza en un solo polo genera al mismo tiempo en el opuesto miseria, trabajo duro y explotación". Lamentablemente, hoy todo indica que los ricos son cada vez más ricos, mientras que la clase media y los pobres son cada vez más pobres. La lucha de clases ha regresado. La tensión entre el capital y el trabajo alcanza unos niveles inéditos desde las primeras décadas del siglo XX. No hace falta ser marxista para reconocer que lo que Marx denominó "ejército de reserva de mano de obra" está resurgiendo. Manteniendo el bajo coste del trabajo, esta reserva global de trabajadores baratos contribuye a incrementar la plusvalía para beneficio de una minoría: igual que en la Europa industrial del XIX, al menos hasta que los sindicatos y los partidos de los trabajadores fueron lo suficientemente fuertes para conseguir mejores salarios, un sistema tributario distributivo y un desplazamiento del poder político.

Para Michael Schuman, esta situación abre una posibilidad clara: que Marx no sólo diagnosticara el comportamiento del capitalismo, sino también su final. Si los políticos no encuentran nuevos métodos, para asegurar oportunidades económicas justas, quizás los trabajadores del mundo, conscientes de su explotación, decidan unirse, como ya lo urgió El Manifiesto Comunista: "Proletarios del mundo uniros". Puede que entonces Marx se tome su venganza. Profesor de Instituto