«Hay dos tipos de mujeres, las que quieren poder en el mundo y las que quieren poder en la cama». Esta frase la dice la actriz Natalie Portman metida en la piel de la mujer de John Fitzgerald Kennedy, en la película Jackie, de reciente estreno, y estaremos de acuerdo que el imaginario popular situaría a la actual primera dama norteamericana, Melania Trump, en la segunda categoría. Han dicho que es solo una cara bonita, incluso la han acusado de haberse dedicado a la prostitución y, en definitiva, han caricaturizado su imagen sin muchas contemplaciones, por aquello de que contra Donald Trump todo parece poco. A pesar de ello, la figura de Melania puede ser un activo importante a la hora de construir (o de reconstruir, según se mire) la percepción de una parte de la ciudadanía respecto del actual inquilino de la Casa Blanca.

Alguien dirá, y no le faltará razón, que las comparaciones son odiosas, pero hay que dejar constancia de que Jackie, en su día, también era ubicada en la segunda categoría de mujeres que describe la frase lapidaria de la película. Y eso no quitó que después de la muerte de su marido tuviera suficiente intuición como para sacarse de la manga, vía entrevista periodística, el mito del feliz e inspirador Camelot que habría sido la Casa Blanca bajo el mandato de su marido. Fue clave para construir un relato que aún hoy perdura y que enaltece la figura del presidente y de su primera dama.

¿Balance real del breve mandato kennediano de ni siquiera tres años? Como dice el mismo Bobby Kennedy de la película, «escaso», especialmente si lo comparamos con el de un Abraham Lincoln también asesinado en ejercicio de la presidencia, y de quien Jackie imitó las exequias precisamente para buscar una relación de ideas entre lo que había sido el mandato de su marido y el del presidente que abolió la esclavitud y que ganó una guerra civil. Jackie quería crear una relación de ideas entre los dos legados, incomparables en cuanto a hechos porque los contextos fueron muy diferentes. Para hacerlo, vio claro que el relato, las imágenes que a menudo se imponen a mil y una palabras, podía fijarlo en pie de igualdad en el imaginario del público. Y Jackie esto lo entendió.

Cuando en la película el periodista que la entrevista le dice que ella sería una gran profesional de la comunicación, Jackie responde que no, a pesar de que en más de un momento admite que sabe de la importancia de la imagen y que aquello que acaba asumiéndose como real es aquello que queda escrito (y aquí, especifica, se refiere a lo que queda plasmado en la tele). Ella sabía que cuaja aquello que se proyecta, no tanto aquello que realmente es. Sabía de la influencia y el peso del mundo de las apariencias. Y en este universo Melania, como primera dama, tiene mucho que decir.

Endulza una imagen de su marido, agria para muchos, como este fin de semana en un mitin donde Trump hizo el ridículo hablando de un inexistente atentado en Suecia. En buena parte de las imágenes de recurso del acto y de las fotos, ¿quién destacaba? Melania, su sonrisa y su vistoso vestido rojo. ¿Solo fachada y una cara bonita? El tiempo lo dirá.

*Periodista