El otro día, Elisa Berna presentó un bello poemario de poeta brava y profunda, Casi mil mujeres, con lindas y espléndidas ilustraciones de Luca Guerri. En paraje singular, una peluquería, Rosa García, para que nos cortase el habla a los más de cien asistentes al evento. Todo encanto, incluso un estante pleno de libros y el escaparate con sugerentes regaderas blancas sembrando cabellos. David Giménez --¿cuándo Premio Aragón por sus diversas apuestas y los hermosos Cartones?-- se disfrazó de hada madrina y recordando a la tolosana Andrea Alonso, su socia en empeños tan etéreos como fundamentales, hilvanó la magia del negro y el blanco. En tal paraje, la mar de sal, gozamos mucho, el verbo dejaba de ser patrimonio de sabios y eruditos a la poesía, las buenas gentes al ritmo del hacer honrado. Los versos cortaban el silencio y en esta oscuridad de tontos que nos arruga, los poetas y sus gentes anhelaban llegar al siguiente, hartos de ismos y de cismas, la palabra, la idea, la sonrisa, el fuego, el gusto por la calle. No saben de estas cosas los críticos al uso, amigos de sus amigos, prosas y rimas hueras y manidas. Muchos asistentes a una tenida poética ¡en una peluquería! ¿Cuántos van a presentaciones de volteos poéticos en ágoras lujuriosas? El próximo encuentro será en alta mar, agua inundada de poemas expandiendo las visiones del infierno, imaginación, sueños, fantasías, verbo... La mar es sal, Amordemisamores, los libros del (a) imperdible, lo intangible y la luz, Elisa, una peluquería, Rosa, David, Andrea, la poesía.Profesor de universidad