La malaria mata a un niño cada 15 segundos en el mundo, y a punto estuvo de llevarse por delante a Said. Hace dos años contrajo la enfermedad en el poblado en el que vive con su familia en el norte de Tanzania, muy cerca de la frontera con Kenia. Milagrosamente, está vivo. A sus siete años no sabe lo que es una casa de ladrillo, con tejas, electricidad y agua corriente. Lo suyo son cuatro paredes levantadas con barro y heces de vaca. Said duerme en el suelo, sobre dos finas capas de piel de cabra y pegado a la de su madre. Y ya. Entre esas cuatro paredes no hay nada más. No busquen nada. Fuera, los restos de la hoguera en la que, con suerte, cocinan por la noche arroz, maíz o algo de carne. En su poblado no hay horarios, no hay calendario, pero Said llega cada mañana puntual al colegio. Y, créanme, no es fácil. Tiene que andar unos diez kilómetros de ida --y otros diez de vuelta-- por caminos difíciles de transitar, aislados y sin sombra. No hay sandalias que resistan esas caminatas, ni dinero para comprarlas. Por eso, los pequeños llevan chanclas hechas con neumáticos de vehículos. Esas ruedas son lo más cercano a un autobús escolar que jamás estará, pero sabe que cada letra que aprende, cada canción que entona, es un pasito más para acercarse a algo que seguramente jamás tendrá: un hogar con tejas, electricidad y agua corriente.

Mil conversaciones con ellos, y en ninguna aparece la palabra ébola. Hay quien no tiene constancia del brote que ya ha matado a más 1.300 personas, pero los que lo conocen pasan de puntillas. Su lucha, su guerra diaria es contra esa otra maldita enfermedad: la malaria. Solo en 2012 se llevó por delante a 627.000 personas en el mundo, la mayoría niños, según datos de la OMS. Pero el número de afectados es mucho mayor: 207 millones de enfermos al año. En Tanzania, como en todo el África subsahariana, es un mal endémico, el mayor problema de salud pública. Se puede prevenir, se puede curar, pero el tratamiento es inalcanzable para la mayoría de ellos. Sí llegó a Said. Afortunadamente, para sus amigos y familiares infectados hay esperanza, y tiene nombre español: Pedro Alonso, uno de los mayores expertos del mundo en paludismo. Lleva años intentado dar con una vacuna 100% efectiva, vacuna que podría llegar en 2015. Es una carrera contrarreloj. También debería serlo la lucha contra el hambre. Según Unicef, un millón de niños africanos muere cada año por malnutrición. ¡Un millón! Pero algunas soluciones que vienen del primer mundo también llevan zapatillas de neumático, van muy lentas, no tienen prisa. Es lo que en África llaman pole pole, o lo que es lo mismo poco a poco. Periodista